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Propósito cero

A D'Amunzzio su médico le recetó una copa diaria de champán para la melancolía. Eso sí es un dieta seductora

ME LEVANTO temprano el 1 de enero porque estas mañanas de festivos navideños son las mejores para madrugar. La de Navidad lo es, pero a la de Año Nuevo no la gana nadie. Tiene aires postapocalípticos: las calles están vacías pero sembradas de vestigios celebratorios, como si toda persona en traje de noche, máscara corrida y media agujereada hubiera sido abducida por extraterrestres bailongos o hubiera salido corriendo a otros mundos, sembrando un tacón solitario aquí, un vaso de tubo allá. Para acompañar, Meteogalicia nos programa ráfagas de lluvia en diagonal, oscurecimiento generalizado y vientos huracanados que enroscan serpentinas y papeles como las zarzas de las aldeas abandonadas del Oeste. El mundo es mío, parece que literalmente.

Ante ese páramo,  como es natural, pienso en las dietas. Visión y pensamiento se hacen uno: todo es vacío. O es hipoglucemia. Leo un artículo sobre el empuje implícito en marcarse un objetivo en una fecha señalada. Vale el 1 de enero, pero también el cumpleaños o el regreso de las vacaciones de verano, vale cualquiera de esas fechas en las que queremos resetear, que son las que, presuntamente, propician las resoluciones. Por tanto, valen también los lunes que vienen. Nos convencemos de nuestra capacidad, nos sentimos acompañados en esas fechas míticas: somos legión comiendo acelgas, es un esfuerzo colectivo, masticamos treinta veces cada bocado todos a una.

Leo justo después otro que nos pide, nos manda, que no empecemos dieta alguna: el 92 por ciento se abandonan poco después y nos hacen sentir mal, qué necesidad tenemos de empezar el año con ese pequeño fracaso encima. Me inclino rápidamente por el segundo, donde percibo verdades como puños.

Por supuesto, depende de la dieta. A D’Annunzio le recetó su médico  una  copa  de  champán diaria contra la melancolía. Esa sí es una dieta seductora. En el mismo libro en el  que me informo de ese interesante tratamiento (‘Grandes placeres’ de Giuseppe Scaraffia) leo que Balzac, cafetero irredento, pasaba sus días con un huevo pasado por agua y sardinas a la plancha, a ver si entre la cafeína y la proteína perdía algo de cintura. Sin embargo, creo que su dieta tenía más como objetivo ahorrar que adelgazar. El escritor acumulaba tantas deudas que se veía obligado a armar un complicadísimo sistema de acceso a su casa para disuadir a los acreedores: al portero había que decirle «¡Ha llegado la estación de las cerezas!»; al criado «Traigo los encajes de Bélgica» y, finalmente, al mayordomo «Madame Bertrand está bien». Solo pasando esos tres filtros se podía entrar en su apartamento, que era de absoluto lujo; de hecho, lo seguía siendo gracias a esas elaboradas prevenciones. Y al recurso de los huevos y sardinas, imagino.

Muchos otros lo intentaron, pocos lo consiguieron. Zola se convenció de que la esbeltez rejuvenecía y perdió 14 kilos en tres meses, los mismos tres meses en los que su mujer engordó 6. A Hemingway no se le ocurrió limitar de forma voluntaria su ingesta de alimentos hasta que llegó a los 116 kilos y se rindió a la evidencia. Capote empezó y abandonó varias dietas sin éxito; como no lograba el tipo al que aspiraba, tiró la toalla y optó por hacerse un transplante capilar, a lo Bono.

Hay que tener en cuenta el aprendizaje ajeno, así que en este día 1 no decido ponerme a  dieta.  Ni  ir  al  gimnasio  ni cortarme las puntas. No tomo ninguna decisión. Lo dejo pasar como llegó: oscuro y ventoso, lloviendo resuelto como si hubiera algo que lavar, una ciudad entera que limpiar apresuradamente antes de que regresen los que la habitan. Los regueros se llevan confetti y colillas. Aquí no ha pasado nada.

Los propósitos de inicio de año son ninguno, cero, solo seguir. Mirar hacia adelante, un paso, otro paso, como si no hubiera habido corte alguno, ningún parón, nada de detenerse a hacer recuento del pasado o propuestas del futuro. No ensimismarse ni prometerse, avanzar desde donde se está. Si acaso, como mucho, admitiría la dieta del champán. La bebida de la que Napoleón no podía prescindir. «Si venzo, me lo merezco. Si pierdo, lo necesito». Pues eso, una copita y a continuar.

Artículo publicado en la edición impresa de El Progreso del sábado 2 de enero de 2016.

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