Blog | El portalón

'Poseer ganas'

No sé si somos dueños del lenguaje o el lenguaje es nuestro dueño

LEO EN el Twitter la lista que hace un periodista de palabras que utilizan los periodistas y nadie más. Enseguida otros periodistas aportan más ejemplos. Hay decenas y van llegando otras, como invitados atrasados, que aparecen cuando ya todo el mundo está borracho o resacoso y queda solo un Kas limón, un hielo derretido y una bolita rodante de cardamomo. Hazte una copa con eso. 

La lista crece tanto, deduzco, por dos razones: los periodistas usamos muchas palabras que la gente en su vida normal no dice jamás y Twitter está lleno de periodistas. Como todas las mías, esta es una deducción tardía: Twitter es el patio de recreo del periodismo, el lugar al que vamos a discutir y a alarmarnos muchísimo por todo, un coto abierto para que descarguemos ahí y no vayamos a los bares a dar el coñazo. Pero vamos. Primero a Twitter y luego a los bares. Somos imparables. 

En fin, que es cierto. Tenemos esos tics y hay que hacer una escritura presente, consciente, concentrada, para no caer en ellos. Solo la alerta nos salva. Sin embargo, la prisa, el espacio en blanco, la hora de cierre nos empuja a la locura y sacamos todo el arsenal de palabras que significan exactamente lo mismo que otras más comunes pero nos gustan más. 

Vemos como se 'posee caspa' o se 'realizan cosquillas'


En Estilo rico, estilo pobre Luis Magrinyà denuncia el extendido desprecio hacia las palabras tener y hacer y la querencia por poseer y realizar. En varias páginas de ejemplos que hacen sangrar los ojos vemos como se posee caspa, se realizan cosquillas, se realizan incursiones en el diálogo y hasta se realiza pipí. Todo esto, si se posee interés o se poseen ganas

Me encantan esos libros que denuncian aberraciones en la escritura y el habla. Los leo con entrega mientras me prometo hacerles mucho caso y fijarme sin falta en cambiar esto y lo otro. Luego llegan las prisas del final del día y me pongo a arrear poseeres y realizares a lo loco. O sea, quiero cambiar, pero no sé si poseo ganas suficientes. 

Lo que digo, en realidad, es que no tengo claro si poseemos el lenguaje o el lenguaje nos posee a nosotros. Dudo quién es de quién, la verdad. 

Nancy Mitford escribió en los años 50 un ensayo diseccionando la forma de hablar de la aristocracia inglesa. Las palabras y expresiones podían ser U o Non-U, en función de si las utilizaban los miembros de la Upper Class o no. 

También hacía esa división con ciertas costumbres y así me enteré de que si eras un inglés con pasado no se te ocurriría servir la leche antes que el té. Eso solo lo hacían los pobretones que temían ensuciar para siempre sus tazas y echaban como protección la nubecilla primero. Uno ha de demostrar bebiendo el té que tiene un armario de la loza sin fondo. También sé gracias a ella que un caballero cuando está borracho puede "apasionarse o ponerse sensiblero, pero nunca agresivo". No sé qué te diga, Nancy.
mp
Mitford escribió ese tratado para reírse de los suyos, que era una de sus actividades favoritas, pero los suyos y aspirantes a serlo se lo tomaron como una especie de prospecto del habla, un manual para demostrar pijerío al charlar, como si el lenguaje tuviera sus propios grupos y uno solo debiera dejarse poseer por él para dar el salto de uno a otro. 

Es un error. Quedarse sin el lenguaje de uno es perder mucho, aunque se lo sustituya por uno nuevo. Cuando no hay reemplazo, como esas enfermedades capaces de borrarlo, es el horror. Dice Pedro Mairal de su madre, que sufrió una así, que olvidarlo es "quedarse sin el interlocutor de los diálogos mentales, el único amigo que nos soporta, el uno mismo ausente". 

En resumen, que hay que cuidarlo, que no hay que forzarlo, que no hay que usarlo para aburrir a las piedras con él o para que Magrinyà escriba un segundo tomo de su libro. Hay que disfrutar de él como si verdaderamente se poseyeran ganas y elegirlo con dedicación, como si se poseyera interés.

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