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No es lo que parece

NO SÉ QUÉ pasa en lo más hondo del pozo de la esperanza, en nuestra cuota de fe en el clavo ardiendo, en nuestra retorcida inocencia que nos vemos capaces de negar la evidencia y ser creídos. ¿Por qué no? Por probar... Habitación de hotel, sábana revuelta, otra compañía y, pese a todo, el impulso del no, no, no, cariño. Esto no es lo que parece.

Justamente en esas anda el partido laborista británico, en intentar convencer a la nación entera de que tiene un problema de vista. No, no, no, cariños, esto no es lo que os ha parecido.

Una encuesta reveló, que frente a un cuarto de hombres indecisos sobre a quién votarán en las próximas elecciones, en el caso de las mujeres, eran un tercio las que todavía dudaban. Ante semejante filón en la sobreexplotada mina del voto, los jefes de campaña laborista vieron claro que tenían que hacer algo. Se frotaron las manos, se apretaron las sienes y dieron con una idea, una ideaza: una furgoneta rosa. Candidatas laboristas peinando el país para acudir a charlas con mujeres subidas a una furgoneta rosa rotulada con el lema ‘De mujer a mujer’.

Como hubiera podido predecir cualquiera, menos los responsables de la campaña laborista, su ideaza no gustó nadita. Era simplista y condescendiente con la mujer. Los conservadores se rearmaron en sus críticas y muchísimas mujeres denunciaron lo ofensivo que resulta que se considere que hay que ‘empaquetar’ ideas específicas para ellas, como si integrasen un todo compacto con idénticas aspiraciones y deseos, como si no formasen parte de la sociedad y nos les preocupasen -como a los hombres, como a todo el mundo- cuestiones como los impuestos, la sanidad o la política interior, como si solo fueran capaces de digerir cualquier propuesta si era en un envoltorio rosa, color que se vende como una forma clara de distinguir qué producto es para ellas en medio de toda la oferta posible.

El partido laborista británico anda intentando convencer a los votantes de que tienen un problema de vista

Fueron acusados de haber llegado al mismo proyecto que Mattel, que también diseñó una furgoneta rosa para la Barbie, con la diferencia -dijeron- de que al menos la de la muñeca se convierte en jacuzzi. Dos por uno.

Tras el terremoto crítico llegó la segunda fase de metedura de pata, que es el momento en el que los seres humanos aún creemos que podemos arreglar un claro error explicándolo.

Lucy Powel, una coordinadora de la campaña de las elecciones generales, declaró que, la idea de este tour de la furgoneta rosa había surgido para «hablar sobre la mesa de la cocina, alrededor de la mesa de la cocina» y para que todo el discurso no se centre exclusivamente en esa parte de la economía que se trata «en los consejos de administración» de las grandes empresas.

Hasta entonces había sido espantoso y después fue peor. No había agua que les lavase. Entraron entonces en la clásica tercera etapa del fallo garrafal, el punto ya mencionado de negar la evidencia y perderse en disquisiciones sin importancia. En este caso supuso negar que la furgoneta fuese rosa y dedicarse apasionada e infructuosamente a redefinir el color como «magenta» o «cereza», según una u otra, y explicar que se eligió el color por su fuerza, porque está en la gama de colores del partido, porque el rojo se confundiría con las furgonetas de reparto de una cadena de alimentación y porque de seleccionar uno la gama de los azules entrarían en contradicción con los tonos de otro partido. A una de las integrantes le pregunta directamente una periodista, una vez se ha bajado de la furgoneta en cuestión: «Dejémoslo claro, ¿de qué color es esta furgoneta» y se angustia tanto que da mil rodeos para acabar admitiendo que «podría decirse que es de color cereza rosada».

Muy bien. Eso es justo lo que interesa a los votantes, hombres o mujeres indecisos, qué más da: que la persona que aspire a representarles les niegue abiertamente la evidencia, que elija dejar de ser condescendiente solo con las mujeres y elija serlo con todo el mundo que conserve intacta su capacidad de visión.

Han dado en el clavo. Cómo se nota que, ellos sí, tienen vista de lince.

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