Blog | El portalón

Misteritos

Anuncian anuncios, crean expectación de la forma más básica posible

ME CRUZO CON EL mensaje de un investigador pregonando en sus redes sociales la revelación de un hallazgo trascendental "para el próximo martes". Anuncia un anuncio. No debería —dice— pero no se puede callar, es tal la ilusión. Pasa el martes, pasan dos martes. La comunidad científica sigue a lo suyo y yo también. Compruebo que es un Misteritos de libro.

Misteritos proclama algo sin decirlo. Misteritos dice "se vienen cositas", se confiesa emocionado por algo buenísimo de lo que todavía no puede desvelar nada, crea expectación de la forma más básica posible. Para cuando Misteritos cuenta las cositas que 'se venían' (con ese doloroso reflexivo) a nadie le parece para tanto. Sobre todo, a nadie le parece que hubiera merecido ningún avance, ningún aviso o advertencia porque, efectivamente, el estado cardiovascular de cualquiera puede aguantar esa noticia y otras doscientas como esa a bocajarro. Misteritos, no me digas que me prepare, anda. Nunca recibo tus novedades con la mano abierta sobre el plexo solar, Misteritos, lo hago con los brazos cruzados, toqueteando el móvil, recolocándome la mascarilla, a otra cosa.

MisteritosEl niño Misteritos llegaba el lunes a clase como si hubiera participado, él mismo al volante a sus once años, en el París-Dakar, recorrido la ruta de la seda, conocido la Antártida. Pero no lo contaba con franqueza infantil, no, con esa ansia de soltar todo a quemarropa cuando te juntas con los amigos. Daba pistas a cuentagotas. Misteritos se crecía en los corrillos y si estos, agotados por sus avances poco enjundiosos, se dispersaban subía la apuesta y dejaba asomar la patita de su aventura.

No hace falta decir que la adolescencia y primera juventud son grandes momentos para Misteritos. Armado con una mayor elocuencia, instalado en una etapa fantasiosa, en la que quien más quien menos se derrite por vivir 'aventuras' (concepto este amplísimo y casi siempre equivocado), Misteritos avanza hacia la vida adulta, viento en popa, trabajando la imagen enigmática, proyectando insondables.

Es muy probable que te hayas dejado seducir por Misteritos, quién no. Una quiere creer y una quiere también cosas rarísimas como vivir circunstancias extraordinarias y, al mismo tiempo, que te pase todo lo que le pasa a los demás. Que elegir es renunciar se aprende más tarde.

Sin embargo, como el verdadero Misteritos es por definición hiperbólico, como le da importancia y un gran halo de intriga a circunstancias corrientes y molientes que no lo merecen, la mayoría le aguantan dos o tres decepciones, no más, obligándole así a cambiar o a renovar su audiencia constantemente, con lo trabajoso que es.

Por eso las redes sociales son el hábitat perfecto para Misteritos, con todo ese mogollón de gente al que colocar sus enigmas y, sobre todo, con esa amabilidad fácil. Igual que no cuesta nada denunciar el machismo, el racismo, el clasismo y otros dos millones de -ismos en dos frases y a otra cosa, mariposa, tampoco cuesta nada decirle a Misteritos cuánto te alegras de esa noticia no revelada que lo tiene tan radiante. Se lo pones y después ni te enteras de cuál era la buena nueva mientras crece en ti una certeza, la de que merece mucho la pena la gente que guarda secretos, no solo los de los demás sino también los propios, hasta que puede o quiere hablar a calzón quitado; la gente que, cuando cuenta uno, cuenta el 100%, o al menos el 85%, la que no te va dando miguitas del 2% o 3% como si fuera un publicista de Netflix.

Reconocer a los Misteritos tiene interés no solo para evitar poner los ojos en blanco tan a menudo o felicitar por cosas que aún no sabes lo que son y que lo mismo no merecen tus vehementes enhorabuenas. Para lo que sirve realmente es para evitar comportarse como uno. Todos lo hemos sido alguna vez, todos lo seremos alguna otra. Misteritos del mundo, contención.

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