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Mecachis

Soltero con Gato aprende que lo que no se nombra no existe

ANTE EL nacimiento de un bebé, los chinos se toman muy en serio no solo la elección del nombre sino también la del apodo. Ambos deben ser hermosos y evocadores tanto pronunciados como por escrito, sin recordar a algún otro caracter que pueda traer mal fario. Esto ocurre, claro, desde que se implantó la política del hijo único. Antes no estaba mal visto llamar a los hijos con un ordinal (Primer Hijo, Segundo Hijo) o su lugar en la jerarquía familiar (Deng Xiaoping era el pequeño Ping, por ejemplo).

Mecachis - María Piñeiro - El Portalón (09.04.2022)

Todo esto viene a cuento de Cuca Gamarra, a cómo Concepción está haciendo carrera política rebautizada con su apodo y a la más reciente inquietud de Soltero con Gato. Cuca (supongo que para los lucenses, Cheché Real) nos deja claro que los apodos acaban imponiéndose. Tú tienes una niña a la que diriges un apelativo cariñoso en familia y, para cuando esa niña figura por primera vez en una lista del PP, se certifica que nunca nadie jamás la va a volver a llamar Concepción, salvo un juez. Cuca se queda.

Soltero no está ahora mismo para cucas ni para cucos. Este hombre solo piensa en dos seres, su amada y su minino, sin darse cuenta de que lo que un amor le da otro se lo quita. ¿Perciben como llevamos años en la era del autocuidado? Pues Soltero ha logrado eludir esa tendencia, retorcerla hasta convertirla en lo contrario, en puro automaltrato, secuestrada su voluntad por el obeso de su gato. Todas las noches permite que ese gordo anaranjado (no Trump) en cuya casa habita aposente su culo exactamente sobre la caja torácica de Soltero, que después llega al café quejándose de lo mal que duerme y de que parece (¡parece!) que tiene un dolor en el pecho. Acto seguido, se consuela él solo diciendo que pronto irá a Madrid a visitar a su amada y, al fin, podrá dormir a pierna suelta. Cerrar la puerta de su habitación le curaría el insomnio pero él prefiere subirse a un Alvia, no vaya a molestar al gato.

Siempre que Soltero está de viaje capitalino tiene dos costumbres. Una es llevarse un libro de Pasolini lo suficientemente enjundioso como para que le distraiga en el tren y lo suficientemente breve como para que no pese. La obrita ha cruzado tantas veces la meseta sin haber sido abierta que hace tiempo que rebautizamos al pobre Pier Paolo como Paseolini.

La segunda es dejar al michelínico de su gato a cargo de su hermana, santa mujer que va a alimentarlo regularmente y a jugar con él de la misma manera que hace Soltero, hablándole con vocecitas y usando las mismas expresiones.

Una de las cosas que Soltero dice a su gato cada cinco segundos es la palabra mecachis. Mechachis tal, mecachis cual. Podría ser carambitas, podría ser retruécanos, pero resulta ser mecachis. ¿El gato se mete en una caja de cartón demasiado minúscula para su desproporcionado cuerpo? Mecachis. ¿El gato, contraviniendo todas las leyes de la naturaleza logra salir de la caja en cuestión? Mecachis. ¿Cae uno, ante la visión del minino obeso deshaciéndose de la caja, en la evidencia de que los gatos están vacíos por dentro, no tienen órganos ni esqueleto y por eso caben donde caben incluso con sobrepeso? Mecachis.

El otro día Soltero llegó pálido al café y yo, que lo vi venir a lo lejos pensé: "Ya verás tú con qué me viene ahora", que, la verdad, es algo que pensamos a menudo los que le conocemos. Estaba preocupadísimo. Había caído en la cuenta de que no solía llamar al gato por su nombre, pero no paraba de decirle mecachis. El día anterior había pronunciado tal cursi palabra y el animal había levantado enseguida las orejas y le había mirado inquisitivo. En fin, ¿no creería su gato que se llamaba Mecachis?

Yo le hablé de Cuca, del cuidado de los chinos para elegir apelativos porque saben que permanecen y de que a menudo solo existe lo que se nombra. Él, centrado como siempre en su amor naranja, recuperó su actitud clásica, la más solteriana de las perspectivas porque Soltero es un monje zen que realmente vive bajo la premisa de que lo que sucede, conviene y se consoló a sí mismo: "Bueno, Mecachis no es un mal nombre para un gato".

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