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Malas noticias

Como media España he sentido una compasión inesperada por Casado

María Piñeiro - El Portalón (26.02.2022) - Interior

LOS AMIGOS están para las ocasiones. La cuestión es para cuáles.

Diría que hay dos corrientes de pensamiento: la de los amigos se ven en las malas noticias y la de los amigos se ven en las buenas noticias. Yo tengo un amigo que, en distintos momentos de la vida, ha defendido en mi presencia y con igual vehemencia ambas teorías. Tengo un amigo ambidiestro para el que hay que estar en todo momento y condición. Ese amigo también soy yo.

Por supuesto que estoy hablando de Casado, personaje que me espanta pero por el que he empezado a sentir una compasión inesperada el pasado miércoles cuando uno a uno casi todos aquellos a los que había ido colocando en este o aquel cargo pasaron sin pudor de considerarlo el presidente que España merecía (madre de Dios) a pedirle que convocara el congreso extraordinario y les dejara elegir a Feijóo. Las traiciones en público son más bochornosas, imagino. También más prácticas. Las puñaladas tuit a tuit propician un recuento internáutico, negro sobre blanco azulado de pantalla, que puede venir muy bien si, como yo, no quieres olvidar pero olvidas. No guardo rencor por falta de memoria, no de intención.

Casado lo tiene fácil porque son tan pocos los que se quedaron a su lado que puede aplicar un resentimiento masivo y multidireccional, que descarga mucho el espíritu. Está en un momento que, en realidad, es ya un alivio; el de a la mierda con todo, qué paz. Es el cadáver río abajo, dejando atrás unas turbulencias que ya no son las suyas.

Asumo que Casado cree que los amigos se ven en las malas noticias, como asumo que Gore Vidal, que dijo que cada vez que un amigo triunfaba él moría un poco por dentro, es de los otros. Los primeros sufren por la deslealtad, los segundos por la envidia.

Que conste que Vidal creía que la envidia era el factor central de la vida estadounidense, el rasgo definitorio. Pocas afirmaciones más españolas que esa. Tiene razón en que la envidia puede ser un motor de primer nivel. En la dosis adecuada, resulta movilizadora, insufladora de coraje, la patada en el culo que se necesita para hacer algo. Si tu amigo triunfa y, en tu interior, junto con la alegría genuina por su éxito encuentras una punzadita de envidia que te acaba poniendo en marcha casi es para celebrarlo. Si te recueces en unos celos en ebullición e interpretas su victoria como un ataque a tu persona, tienes un problemón.

Sobre la deslealtad a Casado, lo más interesante es su representación pública. Encuentro una contradicción entre objetivo y resultado. Sus excolegas tenían que posicionarse públicamente con el que vendrá porque es la manera de conservar el puesto. U otro puesto. O un puesto. En consecuencia, todos, incluido el que vendrá (El Que Vendrá), sabemos que no son de fiar.

Cuando te pasa algo así te queda un único consuelo, que parece bien triste y poca cosa: aprender algo. En la decepción hay mucha información que nos cuesta horrores aprovechar pero que, cuando lo hacemos, resulta una enseñanza inolvidable.

Recuerdo de los Diarios de Uriarte cómo reacciona al típico rollo de que, con la edad, a uno se le depura la lista da amigos, quedan dos o tres porque uno es, al fin, lo suficientemente sabio como para reconocerlos, para separar el polvo de la paja. Iñaki cree que, si con los años, te quedas cada vez con menos amigos no es porque esas sean las únicas personas que merzcan la pena sino porque son ya los únicos que te soportan.

Sin ser Casado, me parece que he aprendido algo (a ver qué) de esta traición colectiva. Imagino que Feijóo ha aprendido más.

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