Blog | El portalón

Los ricos

Leería dos enciclopedias sobre su contribución diaria para llegar al apocalipsis

He leído en varias entrevistas a Leila Guerriero lamentándose de que el periodismo narrativo ignora con frecuencia a los ricos como sujetos. Aparecen en el periodismo de investigación, pero no en el narrativo, que es aquel en el que, si te gusta quien escribe, dos manos grandes y nudosas salen de la página, se te colocan en las sienes y te dejan físicamente impedida para dejar de leer. Si no te gusta, sale una sola mano y te da un palmetazo en la frente para que te pires. No creo que nadie pueda leer una pieza si le horroriza el estilo del que escribe, da igual que haga una revelación jugosa a mitad de reportaje, se queda con las ganas. Es igual que la poesía que te desagrada, si te fuerzas a leerla el constante rodamiento de los ojos a blanco te la veta.

Coincido con ella. Yo quisiera saber sobre los ricos de los que no se sabe el nombre. Los multimillonarios, megamillonarios, los que se dedican a negocios difíciles de explicar o los que lo definen con el objeto con el que negocian, tipo materias primas.

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El Hola nos da muchas alegrías pero estas nos las racanea. Los millonarios que salen en el Hola siempre me parecen de mentira, objeto de sospecha, como si para que se animen a publicarte tu casa de estilo español (horror explosivo en la costa Oeste de los USA) tuvieras que tener dinero pero no tanto. Si lo tienes, ¿qué haces en el Hola dejando que hablen de ti y colaborando activamente para que localicen y desvalijen tu mansión?

No, al Hola no le agradezco los millonarios sino el lenguaje. Las digresiones, las metáforas y las equivalencias. Estoy convencida de que por culpa de la revista rehacer la vida significa echarte un nuevo novio y visiblemente recuperada, adelgazar después de un parto. Si eres mujer estar en tu mejor momento también supone adelgazar cinco kilos, pero si eres hombre implica ser fotografiado con moza despampanante.

Hace poco Douglas Rushkoff publicó un adelanto de su nuevo libro y me dio al fin algo de alimento. Como estudioso del impacto de la tecnología fue invitado a dar una charla para cinco megarricos en mitad de un desierto. En realidad, lo que querían estos hombres era sonsacarle información sobre cómo hacer para sobrevivir lo mejor posible al apocalipsis que ellos estaban ayudando a alcanzar. Todos planeaban hacerse refugios para el desastre climático, la guerra nuclear, la caída global de los sistemas informáticos, un virus imparable o una nueva guerra mundial, lo que llegase antes. Sus dudas eran muy pragmáticas. ¿Cuál es el mayor riesgo: el calentamiento global o la guerra biológica? ¿Cómo planificar la supervivencia sin ayuda exterior? ¿De qué manera se puede garantizar el suministro de aire a un refugio? ¿Qué lugar resistirá mejor el cambio climático: Alaska o Nueva Zelanda? Hago un inciso para decir que tengo respuesta para esta última: A Mariña lucense.

Finalmente, para espanto del interrogado, las cuestiones acabaron yendo aún más al detalle terrorífico. ¿Cómo se puede hacer para que los servicios de seguridad que contrates para tu búnker atiendan tus órdenes y no se vuelvan contra ti?

El autor trató de convencerlos de que debían invertir en gente y en relaciones, no tanto en barreras electrónicas y munición. No hay futuro sin ayuda y cooperación, sin sociedad. Ellos le miraban como si fuera un hippy revenido, pero al mismo tiempo, como hippy que sabía cosas, le inquerían: ¿Cómo pagaré a mi ejército de exmilitares una vez que las criptomonedas ya no valgan nada?

Los multimillonarios nunca decepcionan, francamente. Leería una enciclopedia, o dos, sobre sus planes para el colapso, su apasionado ejercicio del privilegio, los extremos a los que están dispuestos a llegar para salvar su culo, sus preocupaciones de mierda o sobre su minucioso trabajo diario para llegar a ese punto. Ojalá se les rebelen todos los seguratas y solo queden sobre la faz de la tierra 50 exnavy seals comiendo latas gourmet en Alaska hasta la extinción final. Poesía.

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