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La primavera esquiva

SE ME OLVIDA la primavera y ella misma me manda unas señales confusas de su presencia, como esas alertas que me programo en el móvil, en las que nunca soy lo suficientemente específica y cuando llegan solo sirven para confundirme. Me tengo que traducir e interpretar a mi misma y siempre fracaso: algo tenía que hacer, a saber qué. La primavera no llega rotunda, no. Nos envía trailers pero el estreno no acaba de producirse. Como las películas (cientos) que nunca se proyectan en los cines de Lugo, ella siempre parece esquivarnos.

Noto un renacimiento en mis plantas de interior, mi mano de alérgica buscando el inhalador, algún árbol reventón de flores y un empecinamiento colectivo en el uso de las terrazas para tomar el café de media mañana, como si el sol calentara solo por el hecho de salir. Ja.

Pero también noto el viento del norte en la cara, el peso reconfortante del abrigo, los gritos silenciosos de los erizados tobillos al aire pidiendo la recuperación del calcetín, el olor a sopa, todavía.

Qué lejos nos quedan las piscinas.

Justo eso pienso leyendo a Umbral y el uso alternativo de su piscina cuando aún no ha llegado el tiempo del chapuzón. Casi a la mitad de su antología de artículos -en los que pasar las páginas es recorrer España entera- llega ese, escrito un mes de diciembre, en el que describe su costumbre de arrojar a la piscina los libros que no le gustan. Aclara enseguida que lo hace solo en invierno porque en verano dedica la piscina a bañarse él y sus amigas. Dice amigas, así, en femenino. Quizás a sus amigos no los invitase, que se fueran a sus propias piscinas o a las municipales de Álvarez del Manzano. Mientras, él viviría unos meses en una película que me imagino a ratos como ‘El guateque’, todo achispamiento y diversión, y a ratos como los vídeos de Jesús Gil en el jacuzzi: cadenones de oro sobre pechos peludos, silicona y bikinis muy altos de pierna, como todos en los 90.


De vivir Umbral estaría ahora dudando si seguir con su costumbre invernal de tirar los libros despreciados a la piscina o vaciarla de una vez


En fin, que cuando no tenía agua y mozas, estaba ocupada por libros despreciados. Era la piscina la línea roja, el ‘hasta aquí’ frente a lo que llama "la marabunta editorial española". Al contrario de lo que muchos escritores antes y después de él han defendido, Umbral sí creía que se podía leer todo. Lo que pasaba es que no convenía hacerlo para que no se te estropease el estilo.

Pensaba que en un país en el que se lee tan poco como en este (y en eso no hemos cambiado) la oferta literaria era "abrumadora por numerosa y por mala". No paraban de editarse candidatos al piscinazo, vamos, y él no se andaba con miramientos. Lee la novela de un escritor joven que describe a una señora que va a una taberna y cena «opíparamente». Le parece redundante, un tópico insufrible: todas las señoras cenan opíparamente, cree. A la piscina con él por esa frase.

Cómo estaría esa piscina de vivir hoy en día. Muchos libros, seguro, pero media internet también. Siguiendo ese método de la pileta, de quedarse con lo esencial ¿qué sobreviría? Con que nos pongamos ligeramente exquisitos, poco. Tan escasos libros nos cambian verdaderamente, tan pocas cosas nos sirven, tantas lecturas las estamos olvidando mientras las leemos y tan contadas las recordamos durante décadas, con el mismo estremecimiento asombrado de la primera vez. Este mismo artículo podría estar volando suavemente a un charco cualquiera. Quizás ahora, quizás hace dos párrafos.

Y ahora mismo, en este justo instante, ¿qué pasaría en esa piscina? ¿Percibiría la brisa de los chapuzones cercanos o el viento cortante que te empuja a la camilla con brasero (en su caso literalmente, sentado en ese sillón de mimbre un poco Emmanuelle)? ¿Notaría inminentes los muslos descubiertos de sus amigas paseándose por su jardín o todo sería aún franela y lana (quizás pana)? En fin, ¿sería ya el momento de vaciar la piscina de libros inútiles y hacer hueco a la diversión de la carne?

Tiene la primavera dentro una promesa muy ilusionante. Lo sé porque la recuerdo: a la primavera y a la promesa. Es la potencialidad de lo nuevo, de lo que de verdad empieza, de creer que lo bueno está por llegar, que algo va a pasar: una buena noticia y hasta una buena temporada editorial. Es creer que uno puede vaciar la piscina porque hay que llenarla de jóvenes tostadas y ya no se necesita el hueco para los libros odiados. Los que se empiezan en primavera y se continúan en verano te gustan todos. Esperanza, en fin.

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