Blog | El portalón

Ignorancia atrevida

El efecto Dunning-Kruger dice que los incompetentes sobreestiman sus capacidades

DUNNING ES un profesor de la Universidad de Cornell que, junto a Justin Kruger, logró probar una certeza viejísima: que la ignorancia es atrevida. Quería demostrar que las personas incompetentes tienden a sobreestimar su propia habilidad, que padecen una especie de confianza tontiloca que les hace verse mejores de lo que son. 

El motivo que llevó a estos dos investigadores a diseñar y realizar varios experimentos para probar empíricamente esas premisas fueron estudios anteriores que mostraban cómo muchos, en diferentes ámbitos, se veían sobrados en tareas en las que eran objetivamente malos. Residentes de cirugía que se consideraban más que capacitados para hacer intervenciones que sus adjuntos no les dejarían asumir hasta pasados varios años o conductores con el carné fresco que no dudaban de que podrían manejar un trailer pesadísimo, de esos que cuando giran pueden hacer tijera y barrer con su carga un pueblo entero. 

Pero la bombilla, porque siempre hay una, se le encendió cuando años antes leyó la noticia de que la Policía había detenido a un ladrón de dos bancos y este había negado ser el autor de esos robos. Cuando los agentes le explicaron que había sido grabado por las cámaras de seguridad, dijo que era imposible. Al mostrarle las imágenes, el hombre palideció. ¿Cómo había podido pasarle algo así si se había echado ‘el zumo’? ‘El zumo’ era literalmente zumo de limón con el que se embadurnaba la cara, convencido de que el gesto lo convertía invisible para cualquier grabación de imagen. Zumo de limón. Dos bancos. Cara pegajosa. Invisible. En fin. 

Dunning y Kruger hicieron varias pruebas a diferentes grupos de estudiantes y les pidieron después que dijesen cómo creían que lo habían hecho, en qué porcentaje del grupo se situaban. Los que objetivamente lo habían hecho peor se colocaban entre los de mayor puntuación. 

Los que lo habían hecho bien tendían a infravalorar sus resultados, fundamentalmente porque sobrevaloraban las capacidades de los demás: si yo soy capaz de hacer esto, el resto también. 

De todas las conclusiones de estos estudios la más inquietante es, justo eso, que lo mismo que hace que sus capacidades sean escasas es lo que les impide reconocerlo y les empuja creer a todo lo contrario. En fin, que el tonto, es tonto para hacer y para analizar lo que hace. Y es corajudo. Por supuesto, esto le puede pasar a cualquiera; de hecho le pasa a cualquiera porque somos incapaces de vernos como somos, de juzgarnos correctamente. O nos quedamos cortos o nos quedamos largos y ser como somos nos impide saber que nos pasa una cosa o la otra. 

Los dos investigadores añaden que solo hay una forma de percatarse de que haces algo mal, fatal, y es aprendiendo a hacerla. Si se forma a alguien en una de esas habilidades y logra adquirirla entonces puede darse cuanta de qué equivocado estaba antes. 

Escucho una entrevista a Dunning en la radio y me cae muy bien. Su estudio original data de 1999 y desde entonces han sido unos cuantos los que han intentado rebatirlo. Él no desprecia ninguna teoría precisamente porque cree en la suya: también él puede equivocarse y no ser consciente de que le está ocurriendo. Le gusta que sus trabajos produzcan interés y que se siga hablando de ellos, pero lamenta una cosa en concreto: que hayan combinado su apellido y el de su colega para nombrar lo que él explicó. El efecto Dunning-Kruger es como los entendidos llaman a ese sesgo que hace a los incapaces crecerse. A Dunning no le gusta nada pero está resignado, dice que si se busca en Twitter cada día se usa varias veces esa denominación. El entrevistador hace entonces la prueba, se le oye teclear y lee el primer resultado de la búsqueda: "Donald Trump es la prueba viviente del efecto Dunning-Kruger". Fíjate tú. 

Dunning suspira y el aire le sale cargado de lamentos, pero yo creo que está muy bien usado en ese ejemplo. Trump es un tipo que ignora muchas cosas pero se atreve con casi todas. Dice tal sarta de barbaridades que los analistas andan bordeando el ictus: demasiado terror para ser asumido a ese ritmo. No solo es que tenga ideas deleznables, también asume como verdades irrefutables mentiras monumentales, anuncia acciones que van a ser imposibles de llevar a cabo, más que nada por ilegales. Y qué. Ahí sigue, cocinando burbujeantes ocurrencias bajo su milhoja capilar y arañando votos. Se cree que ya está en empate técnico con Clinton. Él está arriba y convencido de tener razón. Yo estoy convencida de que la razón, con respecto a él, la tengo yo. El efecto Dunning-Kruger nos la niega a ambos y, también, nos la confirma a los dos. 

Todo ese proceso de absolutas certezas para caer después en una oscura incertidumbre me suena muchísimo, como de algo muy reciente, de apenas hace una semana. El efecto Dunning-Kruger vale para todo.

Comentarios