Blog | El portalón

Gua Sha

En cada esquina de internet me encuentro tutoriales sobre masajes drenantes que jamás practicaré

Soy de las que creo que las rutinas elegidas te ayudan a vivir mejor, dan consistencia a los días y crean unos recuerdos muy particulares, como una masa querida. En esa cementera que es la memoria echas la vida y de la pasta que obtienes reconoces partes y otras son solo una arenilla insustancial.

Una rutina de los años que viví en China, que se hizo cemento y por tanto un recuerdo eterno, era ir los fines de semana, bien temprano por la mañana, al mercado de Panjiayuan, especialmente en los meses de invierno. Es un mercado de artesanía y antigüedades gigantesco, lleno de maravillas, pero también de objetos plasticosos, copias a porrillo y trozos de vasijas rotas. Si osabas posar la mirada sobre uno de esos pedazos polvorientos varias dinastías eran mentadas; precios estremecedores, enumerados; la hilaridad concitada. Aprendí pronto que lo roto no se mira.

Nunca he pasado más frío en mi vida que en ese sitio, aunque me rebozaba en lanas y plumas hasta quedar tan michelínica que creo que hubiera sobrevivido al choque de cualquier vehículo, protegida por el acolchamiento. La niebla se mezclaba con los vahos de la comida mañanera y de los dos trillones de termos de té que vendedores y clientes trasegaban a sorbitos ruidosos. Yo me llevaba el mío para no desentonar y bebía de él en silencio, ignorando deliberadamente la creencia china de que sumar decibelios ayuda a no quemarse.

Allí vi mi primer rodillo de jade (mejor, plástico verde) y mi primera pala de gua sha, elementos que me encuentro ahora en cualquier esquina de internet, con tutoriales elaboradísimos sobre los mejores movimientos para el drenaje de líquidos.

Mi experiencia en el mercado de Panjiayuan fue ganando a medida que yo sumaba vocabulario. Fui con tres palabras de chino, con treinta, con trescientas y supongo que con tres mil, aunque ahora me parece mentira que hubiera un tiempo en que sabía todo eso.

El aprendizaje de chino, cuando incluye la escritura, está diseñado para que vayas de los caracteres de menor a mayor dificultad. Por eso no te enseñan las frutas de golpe y sabes decir manzana meses antes de naranja. Cuando llegué a la salud, lo primero que aprendí fue catarro, justo a tiempo para el primero del otoño, y, con el tiempo, una lista de conceptos relacionados con la medicina china, como masaje o el puñetero gua sha. Armada con esos términos me dirigí otro fin de semana al Panjiayuan y una señora que vendía cientos de palas de colores me explicó cómo usarlas bien. Por encima del chándal y de abrigo de plumas que llevaba se pasó una de las palas grandes presionando muchísimo, yendo de pie a ingle, de cadera a centro del pecho, de mano a hombro, de cuello a clavícula, todo movimiento debía conducir al corazón y, sobre todo, tenía que ser intenso. Era comiquísimo ver a la mujer, en ese invierno cerrado, pasarse la pala de presunto jade/probable plástico por la manga acolchada como si estuviese barriendo, una, dos, tres, cuatro, cinco veces y gritándome que debía acabar roja, ¡roja!. «¡Roja!», y miraban los de los puestos vecinos. «¡Roja!», y ya se fijaban los de la otra calle. «¡Roja!», y ya murmuraban todos los compradores de la zona, como el coro de una ópera: «Roja, roja, muy roja».

Mi chino seguía siendo patatero. Ella, ahora lo sé, quería decirme que usarlo me ayudaría con la retención de líquidos, yo fruncía la cara con el esfuerzo de traducir algo que no me había sido enseñado; ella lo repetía, yo tenía la cara como un ombligo mal cosido de la concentración inútil. Se le hizo la luz y supo cómo hacerme entender de una santísima vez las bondades de todo ese arrastre. «¡Pis!», gritó a todo meter, «¡Pis!», con lo que le daba el pulmón. «¡Pis!», «¡Pis!». Me compré la puñetera pala de gua sha sin regatear solo para que dejara de gritar pis mientras se peinaba la manga por enésima vez.

Ahora cada cuatro vídeos de Instagram y dos de YouTube se me intercala uno de una concienzuda usuaria de gua sha, convencida de que se está haciendo un lifting pasada a pasada. Mientras, en mi cabeza resuenan como un hilo musical los gritos de ‘roja’ y ‘pis’.

Comentarios