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El presente

Nos veo practicando dos actitudes irreconciliables: el olvido forzoso y la cobertura de espaldas

AL PRINCIPIO de la pandemia leí un artículo de David Brooks que me molestó muchísimo, como te molestan las cosas que quizás sean ciertas y que te resultan intolerables, que te cabrean preventivamente: aún no han pasado y ya te tienen sulfurada. Decía que, a lo largo de la historia, los desastres naturales e incluso las guerras han acercado a la gente, despertado las ganas de ayudar y creado sentido de pertenencia. Las epidemias la han separado, empujado a mirar a otro lado y a hacer cosas vergonzosas que los que sobreviven no quieren recordar, como si no hubiera ahí aprendizaje. Por eso, con los libros de la Segunda Guerra Mundial se levantarían catedrales y con los de la gripe de 1918, como mucho, un templito medio olvidado.

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"Mira, David Brooks" —pensé, porque yo en mis pensamientos lectores siempre hablo con el autor con dedito acusador de profesora resabiada— "no me cuentes esto ahora, anda, que me amargas". Pero, hay lecturas que se quedan, se te agarran a las paredes de la cabeza como koala al eucalipto. Parece inofensivo y medio dormido, pero prueba a arrancarlo de ahí.

Yo soy lentísima, hay que decirlo. Tardan las ideas en tomarme forma tanto tiempo que a veces ni lo hacen porque se me pierden los ingredientes, se me evaporan de tanto que los dejé ahí al aire, pero creo que empiezo a ver por dónde van a ir los tiros. Nos veo practicando dos actitudes irreconciliables: el olvido forzado y la cobertura de espaldas. Con el primero me refiero al ansia obsesiva que nos ha entrado por retomar las cosas donde las dejamos, sin memoria. Queremos verano, terrazas, viajes, percebes, quejarnos del precio de los percebes, quejarnos de los madrileños que se quejan del precio de los percebes como si hubiéramos ido a recogerlos con nuestras manos, queremos hablar de la pandemia en pasado y no volver jamás al tiempo presente, queremos quejarnos de que el Gobierno no nos protege pero aplicar selectivamente sus recomendaciones; queremos refrescar aquella confianza que teníamos cuando decíamos en cada corrillo más mata la gripe. Queremos olvidar.

Al mismo tiempo, queremos cubrirnos las espaldas, no errar, que nada tenga consecuencias y que, si las tiene, no nos toque a nosotros. Leo dos noticias que creo que reflejan ese deseo. Trump celebrará un mitin a puerta cerrada en Oklahoma la próxima semana y pide a cada asistente que firme un documento eximiéndole de responsibilidad si se infecta de Covid-19. El Gobierno de Camboya abre el país al turismo pero exige a todos los viajeros un depósito de 3.000 dólares para gastos relacionados con el coronavirus: la PCR, el aislamiento en un hotel mientras esperas el resultado, el traslado a ese hotel...Si dan negativo y el resto de pasajeros del avión en el que viajaban también, les devuelven el dinero restante. Si no, tendrán que echar mano de un seguro de viaje que cubra, al menos, 50.000 dólares. Aún yendo todo bien, cuando lleguen a su primer destino en el país tendrán que aislarse 14 días. Camboya, país con gran dependencia del turismo, ha tenido cero muertos por coronavirus y así quiere seguir.

Qué actitudes de mierda las dos, francamente. Olvidar, olvidar tan rápido, es la mayor de las traiciones. Quizás para seguir no se pueda tener constantemente presente el horror del pasado, quizás haya que ejercen la ligereza, pero olvidar, darlo por superado, es inadmisible. Como si no supiéramos lo muchísimo que hay que rumiar las cosas para procesarlas. Lo que nos queda.

Y la protección egoísta del que quiere que esto no le roce es otro asco. Decía Brooks que las pandemias también matan la compasión. Qué triste es lo cabezones que somos, la reproducción mimética que hacemos de nuestros comportamientos equivocados del pasado. Qué rabia me da que tengas razón, David Brooks.

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