Blog | El portalón

De caballos y calesas

LLEVO UN tiempo venga a cumplir veinte años de tantas cosas que ya me está sonando todo a despedida. En ese vestíbulo de inacción andamos tantos, creo yo, leyendo sobre muertes que nos hicieron daño, de desconocidos a los que quisimos sin que lo supieran porque nos hablaban y sentíamos la ilusión de la comprensión exclusiva: solo nosotros captábamos toda su dimensión. 

Una tarde soleada iba por Callao hacia Gran Vía y crucé entre dos amigas en el preciso momento en el que se encontraban y una le contaba a la otra que Kurt Cobain se había suicidado. Lo hacía amortiguando, con la torpe delicadeza con la que se intentan dar las malas noticias y que nunca funciona. “Tengo que decirte una cosa”, empezó y yo pensé que le iba a decir que un chico que le gustaba salía ya con otra. Pero no, le dijo que un chico que les gustaba a las dos había muerto.

A las tres. Nos gustaba a las tres. A diez, a cien, a la calle entera. Como hice de muro humano entre las dos amigas, el mensaje entró en mi oreja y no en aquella a la debía llegar. Su propietaria preguntó: “¿Cómo dices?” “Que Kurt Cobain se ha suicidado”, replicó la otra levantando la voz. Cerca pasaron dos chavales que la miraron como si estuviera poseída. Yo hice entonces una cosa muy antigua: llamar desde una cabina. Cuando mi compañera de piso descolgó le pregunté si era cierto, con ese empeño negador al que me lanzo cuando pasa justo lo que no quiero que pase y que coincide que es, además, lo que no había creído que pudiera pasar. En eso, debí de ser la única.

Hay días en que los periódicos solo traen recuerdos, como si todas las noticias hubieran pasado hace 20 años

Me pareció que la noticia iba rodando de conversación en conversación calle abajo, saltaba a Preciados, llegaba a la Plaza Mayor y que a todos los que hormigueábamos por ahí, los que salían de las tiendas y los que escupía el metro, ese día, tan soleado y brillante, nos empezaba a parecer una auténtica basura. Esa sensación, justo esa, regresó con cada artículo conmemorativo que leí por el vigésimo aniversario de esa muerte, con sus fotos de Cobain despelujado y los recuerdos añadidos de todos: la luz cegadora de un día que nace precioso y acaba siendo una mierda. Pocas cosas me hacen sentir tan vieja y resabiada como un dolor lejano.

Desde entonces, parece que todo fuera así: celebración tras celebración de los iconos de la Generación X, que se supone la mía, la de los universitarios cuando serlo ya no significa nada, los individualistas, los consumistas, entregados al ocio, sin conciencia social. Nadie lo predijo entonces, pero es también la de los nostálgicos. Ahora lo vemos, ahora que no paramos de honrar a nuestros caídos y de suspirar por los que aún quedan en pie.

Miro con atención las fotos del reportaje de los 20 años de Tesis: los ojos acuosos de Ana Torrent, la carilla infantil de Amenábar. Fui un domingo por la noche a verla sola al cine porque era ya la última en hacerlo y la gente estaba harta de cuchichear en mi presencia los detalles jugosos. Me enternece un poco la inquietud que pasé en el cine, en el camino de vuelta a casa y al entrar en la facultad al día siguiente, con sus canalizaciones a la vista, tan feísima en la pantalla como en la vida real. Quién pudiera ver la película ahora con ojos frescos y sin que te dé un poco la risa con los susurros de Eduardo Noriega.

Cuántos de los que están en este momento contando cosas son también cuarentones, a los que les duelen los mismos muertos que a mí

Veo también la reseña del mismo aniversario de la publicación de American Psycho, la novela leída entonces con los ojos entre los dedos por su espanto crudo, por el patetismo y la ridiculez de sus yuppies, todos con el peinado de Mario Conde, ese hombre capilarmente fiel. Y, por supuesto, vivo el deja-vu de la detención del banquero, que se presenta ampliado, llevándoselo por delante a él y también a sus hijos. Mandas una ola y te devuelven un tsunami. Leo lo mismo que entonces, las viejas historias del ídolo caído, y las nuevas, cierta alegría no disimulada porque no seguirá dando la chapa con la ética.

Hay días en los que los periódicos solo traen recuerdos, como si todas las noticias hubieran pasado hace 20 años, cadáveres que se echaron entonces a un río y ahora empezaran a salir a flote. Veo cuántos, pero cuántos, de los que están en este momento contando cosas son también cuarentones, a los que les duelen los mismos muertos que a mí, que escriben de las mismas cosas.

Cuando un profesor le afeó a David Foster Wallace (y, venga, otro icono más) que apreciase todas esas referencias que Ellis hacía de las marcas como símbolo de status, cómo las utilizaba para describir a alguien con pocas referencias y clavarlos, este le contesto: “¿Sobre qué deberíamos escribir si no? ¿Sobre caballos y calesas?”.

Pues eso, que nosotros, los que hace 20 años que tenemos 20 años, que diría Serrat, tampoco escribimos de caballos y calesas.

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