Desde el Hula hay una vista preciosa de Lugo que abarca casi toda la ciudad. Es un mar de edificios que de lado a lado no cabe en una fotografía y que tiene olas que sobresalen con formas de catedral, torres del seminario o antena del edificio de Telefónica. Parece un cuadro. Desde el otro lado del cristal da un poco de miedo; asusta por su tamaño y porque parece otro mundo, uno que no quiere saber nada de lo que pasa en el edificio desde donde lo observo. No se lo reprocho. He estado allí y a mí tampoco me gustaba mirar hacia el Hula. Y eso que sabía de sobra dónde estaba. No hace mucho pasé por aquí, pero fue casi de fiesta. Tenía una cita para ponerme una vacuna. Entré, seguí la cola, esperé a que me llamaran, me senté, me pincharon, guardé el cuarto de hora de rigor y me fui sin mirar a los lados, como un adolescente caminando por la acera con el móvil en la mano. Pero ahora he vuelto por otro motivo, como tantos otros. Toca acompañar a quien ocupó buena parte de su vida en cuidar de ti. Y ahora sí que miro para los lados, para todos, buscando no sé bien qué. Por eso descubro una vista de Lugo que me parece preciosa y lejana, muy lejana... un mar de edificios. Llueve. Se está levantando oleaje.
