En un debate electoral todo está estudiado. No hay un detalle, un gesto, un guiño a cámara, una pulsera, un jersey o un rizo que se escape a la puesta en escena. No sé si recuerdan el que se celebró antes de las elecciones generales de noviembre de 2019, aquel en el que Pedro Sánchez no miraba al resto de candidatos cuando se dirigían a él. ¿Fue aquello una falta de educación? Evidentemente sí, pero visto dentro de aquel teatro habría que mirar un poco más abajo. ¿Qué nos quería decir? ¿Qué buscaban sus asesores? Tengo una teoría desde entonces; nada del otro mundo, les advierto. Sánchez se sabía ganador de aquel concurso, poco le preocupaba quién luchaba por la plata o el bronce. Él no se iba a molestar por esas migajas; que se enfangaran los demás. Como Feijóo en las pasadas Autonómicas, lo único que le importaba era marcharse para casa y esperar a que abriesen las urnas. Y en un plano similar se mantiene desde entonces salvo, eso sí, cuando tiene que recordar la existencia en España de un partido a la derecha del PP. Entonces sí, ahí aparece el Sánchez que sonríe a cámara. Para Vox tiene reservados hasta trucos de magia, como el de ayer en el Congreso con el que consiguió que el partido de Abascal se diese por aludido cuando se hablaba de ultraderecha. No descubro nada si digo que a Sánchez le va bien alimentar la presencia en el Congreso de esta fuerza política. Allá él con su estrategia. Solo el tiempo dirá si algún día necesitará algo más que un truco de magia.
