Con un poco de suerte este otoño, a más tardar en invierno, China contará con la ansiada vacuna contra el coronavirus. Tiempo después, nadie se atreve a aventurar cuánto, estará al alcance de todo el mundo para poder salir de este paréntesis en el que nos encontramos. Lo leí, como supongo que ustedes, el pasado viernes, y por supuesto me alegré, pero menos de lo que pensaba. A lo mejor fue porque llevamos conviviendo mucho tiempo con noticias similares, de esas con un titular ilusionante y un puñetazo de cruda realidad en el cuarto párrafo. Pero parece que no, que esta vez sí hay motivos para la esperanza. Además, las macabras cifras que durante los dos últimos meses nos atormentaban a la vuelta de la esquina son cada día que pasa menos crueles. Hasta llevamos una semana con el sol reinando allá en lo más alto y ya se empiezan a ver aviones pintarrajeando el gran lienzo azul. Pero aun así no las tengo todas conmigo; miro alrededor y creo que vamos a necesitar algo más que una vacuna. Ojalá me equivoque y todo se vea distinto cuando la noticia por la que llevamos tanto tiempo esperando sea una realidad. De corazón lo deseo, porque hay días en los que no veo la forma de salir de este paréntesis.
