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La próxima primavera

rosal
Durante el crudo confinamiento de la pasada primavera, cuando costaba hasta imaginar una vida como la que habíamos vivido, me fijé en un pelado rosal que se veía desde mi ventana. En él encontré una razón para la esperanza al imaginarlo unos meses después repleto de flores, bañado por el sol, triunfante. Si las rosas iban a volver algún día por qué no el mundo tal y como lo conocíamos; era solo cuestión de esperar. Conté esa historia en esta columna y ahora me veo en la obligación de contar la siguiente. Y es que el otro día, desde la misma ventana, descubrí de nuevo que se ve un pelado rosal: el mismo. ¿Y las flores?, me pregunté, ¿ya se han ido? Claro que se han ido. Las tuve delante varios meses y ni reparé en ellas. Una tarde hasta me pinché con una de sus espinas al rescatar una pelota maltratada por un zurdazo, pero no tengo en mente la imagen del arbusto en su momento de gloria. Y me fastidia. No sé bien cómo explicarlo, pero me siento un poco egoísta. Estaba en deuda con aquel rosal y no le hice ni caso. Me distraje solo porque un día nos abrieron la puerta y nos dejaron salir de casa. La próxima primavera prometo redimir mi pecado. Ni la vacuna hará que me despiste. Ya les contaré.

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