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Pintar unos monigotes

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Durante cinco veranos, siempre a la luz del amanecer, sentado en la glorieta de un paso de cebra, Antonio López pintó uno de sus cuadros más hermosos. Gastó media hora de cada día en captar lo que tenía delante hasta convertir una calle de Madrid, tal vez la más famosa, en una obra de arte. ‘La Gran Vía’ fue el resultado, una maravilla del hiperrealismo que resultó una curiosa profecía, pues López la pintó hueca, sin gente, como se pudo ver durante todo el periodo de confinamiento. Mi calle no es tan famosa como la Gran Vía de Madrid, no es ni famosa, pero hasta este sábado lucía igual de muerta que la trazada por Antonio López. El vacío queda bien en una obra de arte, pero en la vida hay demasiados huecos que rellenar; aunque sea de agujeros, como decía John Lennon. El agua volvió a correr por el cauce seco que se había formado delante de casa y el silencio dejó paso a los saludos y sonrisas de los mayores y al barullo de los niños. Si algún Antonio López quiere pintar esta Gran Vía y evaporar a la gente, adelante, pero fuera del marco mejor déjemela con ruido. El cuadro, que se quede en la pared y que no se mueva de allí. Y sin pasan los niños y pintan unos monigotes, pues qué se le va a hacer.

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