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Pasar la noche solo

Biblioteca. EFE
La semana pasada conté por aquí mi relación con un libro que saqué de la biblioteca, un ejemplar que merece un trato especial debido a su delicado estado de salud. Ha pasado por tantas manos que corre el peligro de que las mías sean las últimas. Es por eso que lo trato con cariño, con tanto que llegué a temer el momento de la despedida, pero ese instante, por una desgracia del tamaño de un planeta, no ha llegado. Y ahora no sé si alegrarme. Racioné sus lecturas hasta el último día, calculando para que la página final me tocase de camino a su estantería, y dos días antes de la fecha marcada en rojo recibí un correo electrónico que me recordaba que tenía una deuda. Acaricié entonces el libro de nuevo con la idea de terminarlo, pero al llegar al último capítulo recordé que aún me quedaba un día con él y decidí pasar la noche solo. Llegó luego el último vals y me apresté a bailarlo como si fuera una de aquellas baladas que cerraban las discotecas, bien de cerca. Pero a lo lejos, en la televisión, el Gobierno hacía públicas las medidas para combatir el coronavirus, entre las que estaba el cierre de las bibliotecas. Nos miramos de reojo y dejamos ese capítulo pendiente hasta que el mundo vuelva a ser mundo.