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Otro minuto más...

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Entro en el videochat que creamos los amigos para vernos las caras durante la época dura del confinamiento. Por supuesto, no hay nadie conectado. Contaba con ello. Lo hago porque me crucé con el icono de la App en el teléfono y me dio algo de pena. Hace poco había problemas de conexión porque el mundo entero estaba en línea, la gente recomendaba aplicaciones que siempre eran mejores que la que utilizábamos... y ahora ahí está, olvidada, sin sentido. No sé, me siento un poco desagradecido. Veo mi cara ocupando la pantalla y una frase que dice «eres el único en la reunión», pero perfectamente podía poner «eres el único hombre en la tierra». Pienso en la posibilidad de esperar el tiempo que sea necesario hasta que aparezca alguien, pero tengo miedo de que me encuentre con la barba hasta la cintura y hablando con una pelota llamada Wilson. Es inútil, nadie vendrá a rescatarme. Bueno, salvo que aguante hasta que otro confinamiento nos devuelva al universo en el que para verle la cara de los amigos haya que recurrir a una pantalla. Mejor ni pensar en esa posibilidad. Voy a esperar un minuto y, si no aparece nadie, borraré la aplicación para siempre... ya está, ya pasó... sigo solo... bueno, otro minuto más...

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