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En ocasiones veo Trumps

Trump con una máscara.

No estoy preparado para compartir época con alguien como Donald Trump. Es un problema mío e intento convivir con él, pero me cuesta. Es como si llevase toda la vida combatiendo la existencia de personajes indeseables y ahora me encontrase en la última pantalla del videojuego, lanzando espadazos a un enemigo que ni sabe de mi existencia ni le interesa. A veces hasta creo que debería tratar el tema con un especialista, no vaya a ser que afecte a mi salud mental. Tal vez escriba sobre él como parte de una autoterapia. Pero el caso es que en ocasiones veo Trumps. Como hoy mismo cuando entraba en Lugo y desde el asiento del coche reservado para los seres de seis años me preguntaron si alguna vez iban a terminar el edificio grande de ladrillos que se ve en el parque.

-No lo van a terminar, lo van a tirar, contesté.

-¿Por qué?

-Porque nunca debería haber estado ahí.

Debió de ser por esa respuesta y por el anaranjado color del edificio que la cabeza se me fue a Trump. Y

entonces una última pregunta me dejó nadando en un mar de incertidumbre.

-¿Pero después recogerán los ladrillos, no?

-Eso espero, eso espero.

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