Se ha terminado la Navidad y sigo sin noticias de Boney M. Será que todo cambia. Tengo acceso a sus canciones en todo tipo de formato: CD, Spotify, Youtube y hasta en alguna cinta si arranco una tonelada de páginas del calendario y me doy una vuelta por el trastero de casa de mis padres. Pero no, ahí es mejor no entrar a remover el pasado salvo que sea con orden del juez, y con esas cosas es mejor no jugar. Queman. Boney M. está ahí, como todo, pero yo prefería cuando aparecía por sorpresa, como un familiar o un amigo; o cuando sonaba en un bar, en la radio o aparecía en la televisión para escándalo de mi abuela, que no soportaba las pintas del cantante. A medida que uno crece los días de Navidad se parecen cada vez más a un 22 de abril cualquiera. Te das cuenta, sobre todo, cuando los comparas con los de los niños y ves cómo se los comen; los devoran con el corazón disparado y los ojos abiertos en busca de una alegría que puede esconderse en cualquier esquina. Falta mucho para la próxima Navidad y ya se acabó el tiempo de los regalos, pero yo tengo un deseo, así que lo dejo aquí ya para el año que viene: que Boney M. venga a visitarme. Quedamos en que se podían pedir milagros, ¿no?
