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Las navidades más tristes

Rusia 2018 es historia. Adiós a un mes en el que todo el mundo mira para el mismo sitio, para una pelota que lleva rodando desde que somos niños. Si siente algo de tristeza le invito a seguir leyendo. Si no tiene corazón, mire hacia otro lado

Diego
photo_camera Diego Armando Maradona. EP

Tuve la suerte de nacer un 8 de junio. Suerte porque no hay nada como esa pretemporada del verano para celebrar un cumpleaños y suerte sobre todo porque cada cuatro años coincide con las fechas en las que arranca el Mundial de fútbol. Hablo, claro, de cuando celebraba los cumpleaños de cuando podía presumir de edad. Ahora me conformo con no tener que salir de trabajar muy tarde ese día. El tiempo de abrir regalos ya ha pasado. Salvo cada cuatro años, que es cuando el destino me sigue colocando el partido inaugural del Mundial cerca del 8 de junio. Gracias, a quien sea, eternas gracias.

Las alegrías van cambiando a medida que crecemos, pero la que experimento el mes de junio que empieza un Mundial se mantiene. Es una alegría nerviosa, inquieta... Por delante se presenta un mes que me dejará momentos que no olvidaré jamás, que recordaré con los amigos en un cumpleaños (de alguno de sus hijos, claro); momentos que provocarán discusiones que solucionará el que antes desenfunde el teléfono para darle la razón a alguien que no cabrá en su camisa de orgullo. No falla, los habrá mejores y peores, pero un Mundial siempre será una disculpa para juntarte con los amigos, para contarle a tu pareja que odias a tal selección por lo que hizo en 1990, para cabrearte como una mona porque acaba de perder en la prórroga un país del que solo eres capaz de nombrar su capital (no escribirla), para que tu hijo vea su primer Mundial.

Los habrá mejores y peores, pero un Mundial siempre será una disculpa para juntarte con los amigos

Solo tiene algo malo, que se acaba, siempre se acaba. Siempre me queda sensación de vacío después de un Mundial. Sé que a mis próximos tres cumpleaños les va a faltar algo.

Pensando sobre esto he llegado a la conclusión de que todo se debe a que el primero fue el de 1982, el que se disputó en España. Créanme que eso marca. Fue la entrada del país en el primer mundo después de 40 años en Segunda y unos cuantos más disputando los play off de ascenso. Todo estaba pringado de fútbol; abrías un phoskito y te salía un cromo de Rummenige; encendías la tele y aparecía Naranjito ligando con Clementina; ojeabas un periódico y te decía que España iba a ganar el Mundial. No sé los demás, pero yo, con diez años, me lo creí. No cabía otra posibilidad que ver a Arconada levantar la Copa del Mundo en el Bernabéu.

La realidad fue distinta y España firmó la peor actuación de una selección anfitriona en la historia de los Mundiales, con descaradas ayudas arbitrales incluidas, pero era igual. No había dolor. El mundo era otro después de una tarde en la que, después de subir el Club Fluvial, me senté delante de la televisión a ver un Brasil-URSS. Creo que aún a día de hoy, cada vez que empieza un partido, tengo la esperanza de que sea aquél. Pero no. Solo hay un primer amor. Zico, Eder, Socrates, Falcao, Junior, Toninho Cerezo... Era como si los mejores del recreo de todo el mundo se juntasen en un equipo. No podía ser que se jugase tan bien. Y todos al ataque; tanto que Italia, quién si no, los mandó para casa después de enseñarles que el fútbol no es solo alegría, que no todo es bailar, tiene que haber alguien que aporree los tambores. Una parte de la infancia se me esfumó aquel día.

Era como si los mejores del recreo de todo el mundo se juntasen en un equipo. No podía ser que se jugase tan bien

Italia ganó aquel Mundial tras superar en la final a Alemania. Tercera acabó Polonia y yo vi en directo, en Balaídos, un Italia-Polonia. Me llevaron mis abuelos con unos amigos de Pontevedra. Solo recuerdo que el partido acabó 0-0 y que el cemento estaba muy duro. Solo tenía ojos para Brasil.

Después llegó México 86 y un compañero de clase y yo nos hicimos seguidores de Corea del Sur, supongo que porque no teníamos ni idea de dónde estaba. Creo que no lo veo desde entonces, pero justo antes de empezar el Mundial de Rusia me escribió por Facebook para decirme que de esta vez iba, que veía a Corea con opciones. Por supuesto le dije que yo también. ¿No le da la impresión de que durante el Mundial es usted un poco más amigo de sus amigos? ¿Que el Whassapp es más entretenido, más cariñoso.? En Twitter no me metí mucho, está tomado por el realmadridbarcelonismo.

En el 86 Maradona hizo un gol con la mano y otro que habíamos metido todos alguna vez en la cama, justo antes de dormir

En el 86 Maradona hizo un gol con la mano y otro que habíamos metido todos alguna vez en la cama, justo antes de dormir. Butragueño logró cuatro goles en una misma noche y España se creyó que podía regatear a la tristeza. No, Bélgica se lo recordó poco después. Llegó después Italia 90, el verano de mi mayoría de edad, imagínense... qué más daba que todas las selecciones jugasen fatal. Apareció por allí Higuita, Camerún, Caniggia, Maradona otra vez, esta vez llamando hijos de puta a todos los italianos que silbaban el himno argentino. Después Estados Unidos 94, con Alexi Lalas, Tassotti rompiéndole la nariz a Luis Enrique después de que Baggio le rompiese la cintura a Zubizarreta, Maradona otra vez, esta vez arrancado del campo por una enfermera para hacer un control antidoping en el que le cortaron las piernas.

Maradona, que en realidad nunca se fue, regresó en este Mundial para, desde la grada, recordar que no vino a este mundo a pasar desapercibido. Por el camino quedaron varios Mundiales y muchos 8 de junio. Francia 98, los madrugones de Japón y Corea, Alemania, Iniesta, el 1-7 a Brasil y, desde ayer, el de Rusia, el del saque de banda de un iraní... Escribo esto con los jugadores franceses recogiendo la Copa en medio de un aguacero. Sería una bella despedida si faltasen solo cuatro años para la primavera. Pero no, el Mundial de Catar 2022 empezará en noviembre y finalizará en diciembre, justo antes de las navidades. Las navidades más tristes que recuerdo.

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