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Mondas de mandarinas

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photo_camera Los Ancares. XESÚS PONTE

Leo que el pueblo leonés de Candín quiere pasar a llamarse Ancares y recuerdo el día que me perdí en ellos. Me pasé de listo y el camino de regreso desapareció a mis pies al mismo tiempo que el sol daba por finalizada su jornada. Les aseguro que es una de las peores sensaciones que uno puede experimentar. Me hubiese zampado una empanada de tranquilizantes si la tuviese a mano. Vale, no es al Annapurna, pero la perspectiva de pasar una noche bajo cero, sin la ropa adecuada y empapado abre las puertas a todo tipo de angustias. Llegué a perder el control mientras deambulaba sin rumbo y el reloj aceleraba sin piedad. Entonces reparé en que mi compañero de aventura estaba al borde de la desesperación y comprendí que tenía que serenarme. En ese momento apareció desde no sé dónde un camino entre piedras que parecía el de casa. Lo tomamos y al rato encontramos las mondas de unas mandarinas que horas antes habíamos comido y que nos decían que estábamos salvados. Que me perdonen los vecinos de Candín, pero esos montes tienen demasiadas historias en sus laderas como para caber en un solo pueblo. Yo prefiero unos Ancares sin lindes, inmensos, salvajes... y con mondas de mandarinas en el suelo.

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