En plena juventud, en uno de aquellos largos veranos en los que había tiempo para todo, recorrí O Courel de sur a norte con unos amigos, tiendas de campaña, mochilas llenas de botes de salsa de tomate y toneladas de risas para combatir el cansancio. Han pasado casi 30 años y aún a día de hoy, cuando nos juntamos, se sienta con nosotros en la mesa alguna de aquellas historias. Estos días, sobra decir por qué, aquella aventura regresa viva, fresca, a la memoria de quienes allí estuvimos. Fueron muchas las andanzas, pero hubo una noche que nos impresionó a todos: la que pasamos en un pueblo abandonado. Es extraño dormir en un lugar muerto, casi una falta de respeto. Le di muchas vueltas a la cabeza antes de que los kilómetros acumulados en las piernas me vencieran. Ahora me entero de que ese lugar, Hórreos, está habitado; que una familia se ha instalado allí y que, junto a otros voluntarios, se echó al monte el pasado jueves para salvar la Devesa da Rogueira del fuego. La próxima vez que me reúna con los amigos habrá otra historia que contar de O Courel, una con final feliz. Y ninguno de nosotros tendrá cabida. Esta es casi una historia de héroes, no de unos chavales con mochilas llenas de botes de salsa de tomate.
