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Un millón de carreras

TEAL6640
photo_camera Un parque con vida. TOÑO PARGA
Los teléfonos abrieron ayer sus puertas a fotos que casi parecen conseguidas de contrabando; amigos en una terraza, familiares que vivían separados por una finísima raya pintada en un mapa, posados en lugares con una historia detrás que quedaban más allá de las leyes... sonrisas; sonrisas que incluso se adivinaban detrás de las mascarillas. Yo no hice ninguna, pero presencié algo mejor, un reencuentro en libertad de cuatro fierecillas que hasta ayer miraban hacia el parque con ojos de pena. Nunca había nadie. Hasta ayer, que recuperó su vida, su razón de ser. Semejante alegría no cabe en ninguna fotografía. Debieron de echar un millón de carreras, galopadas sin sentido, solo por gritar, por sudar... y el tiempo era el que ganaba; la felicidad estaba acotada. Había un límite. A las seis había que volver a casa. Uno de los pequeños acudía cada poco a orillas de su madre para preguntar qué hora era. ¿Recuerdan aquella sensación de injusticia, de no entender por qué los padres tenían que poner un despertador a la alegría? Ayer me dejó cerca de ella el chaval del que les hablo cuando, ya cerca de que el reloj dictase sentencia, se acercó a su madre y le dijo: «Mami, ¿qué hora sigue siendo?».

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