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Hacer la digestión

Piscina de A Peneda, en Monterroso. EP
photo_camera Hacer la digestión. EP
Nada más terminar de comer, echa a correr hacia la piscina con sus ocho años recién cumplidos. Los mayores nos miramos con caras de "algo habrá que decir", pero no decimos nada. Con un chillido convoca a su cuadrilla y cuando miramos hacia el agua ya no queda nadie seco en el horizonte. En la mesa, con el cadáver del helado aún caliente, alguien rompe el silencio:
—¿Os acordáis de cuando éramos niños y teníamos que hacer la digestión?
—Sí, a mí me obligaban a esperar dos horas por lo menos.
—A mí no tanto.
—Y mira ahora.
—El agua aquí está muy buena, eso sí.
—Normal, es que con el tiempo que tenemos estos días.
Hablamos mientras de reojo vemos cómo en la piscina se desarrolla el verano en todo su esplendor, a rabiar, a gritos. Y nos acordamos de los nuestros porque somos conscientes de que este es de los que se están bañando. La felicidad plena nos queda ya un poco lejos y nos tenemos que conformar con verla desde una mesa sin recoger. Y así debe ser. No sería ético pedir que regresaran nuestros veranos. Aunque de las horas que perdimos haciendo la digestión sí que podríamos hablar.

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