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Un fantasma en la ducha

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Sucedió en la ducha. Buscaba el bote de gel casi a ciegas cuando me invadió un confinamiento. Por un segundo tuve la misma sensación que hace un año, cuando ducharse no era el comienzo de nada porque al otro lado de la ventana no había calle; el espejo siempre estaba empañado porque no tenía nada nuevo que mostrar y de allí solo se podía salir por una puerta tras la que esperaba una vida en pausa. Desde ese día, a veces, rebobino hasta la primavera de 2020. Creo que lo hago para convencerme de que la 2021 no está tan mal, pero en cualquier caso nunca consigo ni acercarme a la sensación que viví en la ducha. Aquello era pura derrota, resignación, pena... una gruta sin salida. Duró un segundo y no se ha vuelto a pasar por el baño. Tampoco me importaría ahora que sé con certeza que al otro lado de la ventana hay calle. De todo hay que aprender y sobre todo de lo malo. Pero me pregunto por qué ese fantasma escogió el momento de la ducha para aparecerse. Hubiese apostado por el hueco entre la lucidez y el sueño en el que somos tan vulnerables y por el que se cuelan todo tipo de miedos. Pero no, fue en la ducha. Pues allí le espero —aunque él no pueda reflejarse— con el espejo desempañado.

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