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Las familiares voces lejanas

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photo_camera La rusa Angelina Melnikova, durante los Juegos de Tokio 2020. TATYANA ZENKOVICH (EFE)
Vuelven cada cuatro años a nuestras vidas (cinco esta vez por culpa de quien todos sabemos) para hablarnos de gente que hace cosas extraordinarias. Son voces, pero podrían ser ese familiar que, cuando éramos niños, vivía muy lejos y nos visitaba cada mucho tiempo, pero que nos alegraba el día y la vida misma cada vez que entraba por la puerta de casa. Son las voces que nos cuentan historias sobre chiquillas del Este que caminan por una estrecha barra sin miedo al precipicio hacia el fracaso que se abre bajo sus pies, sobre jóvenes anchos como armarios que se pasan los mejores años de su vida entrenando para después casi caminar sobre las aguas, sobre caballos que danzan al son de la música, sobre cuerpos al límite que han convertido en su profesión lo que los niños ansían hacer todo el día: correr, saltar, lanzar palos... jugar. Este verano han llamado de nuevo a la puerta de casa para hacernos un poco más felices. Vienen desde muy lejos; desde Tokio, dicen, y siguen siendo las mismas de siempre. Detrás de ellas hay un nombre, pero me van a permitir que me salte ese dato... un nombre lo tiene cualquiera. Además, no es necesario saberlo para que el día sea un poco mejor. Basta con escuchar lo que dicen.

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