Una noche soñé que estaba enamorado de Rosa María Sardá. Yo tendría 20 años y ella 30 más. Fue una experiencia que nunca olvidaré. No es que fuésemos pareja o que yo lo deseara. Se trataba de algo más profundo. Durante unos segundos de aquella noche sentí por la actriz catalana lo que se siente por la persona a la que quieres. Jamás me volvió a pasar algo parecido. Recuerdo incluso planear cómo contárselo a mi novia, porque tenía que decírselo, y entonces desperté... aliviado, pero asustado por lo que es capaz de hacer el cerebro, sobre todo cuando el resto del cuerpo está apagado. Me acordé de aquella onírica experiencia tras conocer el fallecimiento de una Sardá que, por otra parte, nunca fue una artista que me volviera loco (salvo aquella noche). Y dudé en contarlo por miedo a ser demasiado frívolo y que no sea el día más indicado, pero una frase suya que acabo de leer me ha empujado a hacerlo. “El humor forma parte de un cerebro bien amueblado. Yo no me fiaría de alguien que no tuviera sentido del humor y no entiendo a las personas incapaces de reírse de sí mismas”. Ahora no me extraña que haya estado enamorado de ella durante unos segundos. Descansa en paz, cariño.
