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Al negro hay que sacarlo

Pelé, tras ganar el Mundial 70. EP
photo_camera Pelé, tras ganar el Mundial 70. EP

Los elogios hay que recibirlos en vida. Y si llegan desde la trinchera enemiga, mejor. Desde la propia se caen solos y se convierten en tópicos, en frases hechas, en el discurso del cura el día del funeral de alguien a quien nunca vio siquiera sonreír. 

¿Cómo no va a recibir elogios Pelé? ¿Cómo no llorar a un rey? ¿A quién le puede sorprender que el mundo se arrodille para despedir a quien siendo un niño se ciñó la corona en su cabeza para no soltarla jamás? El fútbol ha tenido y tiene muchos dioses, pero solo un rey, un futbolista que se va después de recibir la admiración de propios y rivales... tanto en vida como ahora en la inmortalidad.

Los de mi generación, la de Maradona, no vimos en acción a Pelé, pero cuando bajábamos a la calle a jugar aún notábamos su onda expansiva. Era un muro contra el que chocaban nuestros ídolos. Por muchos goles que metieran, por muchas copas que levantaran, siempre había una revista, un libro o un padre que nos recordaba que ese listón ya lo había superado antes Pelé. 

Ahora somos nosotros lo que recurrimos a Maradona para cortar las alas a quienes nos vienen con historias de superhéroes en HD con brazos tatuados y peinados ajenos a la ley de la gravedad. Es una cadena que se repite con el paso del tiempo y que convierte en estúpido el debate de quién ha sido el mejor futbolista de la historia. Porque al final, más que al jugador, acabas defendiendo tu época, los días en que bajabas a destrozar pantalones por las rodillas en la calle. 

Los héroes de esta era cuentan con armas poderosas para agrandar su leyenda. No necesitan ni retirarse. En pleno apogeo de sus carreras, Messi y Cristiano Ronaldo ya contaban con sus propias películas para exaltación del régimen. Y es en la del argentino donde se esconde el secreto de este artículo. 

El film es una suma de charlas en torno al mito de Messi. Jugadores, entrenadores, periodistas y amigos realzan la figura del rosarino hasta los cielos mientras se cuenta la historia de su vida, poniendo el acento en su humilde infancia. La fórmula es imbatible: niños, familia, barro, piropos, goles... hasta que alguien se salta el guion. 

Pelé, junto a Maradona. EFE
Pelé, junto a Maradona. EFE

Cuando César Luis Menotti habla se calla toda Argentina. El país le debe respeto eterno por hacerse cargo de la selección en una época gris y llevarla a levantar el Mundial 78; casi a darle sentido como nación. Hasta Maradona, a quien dejó fuera de aquella Copa y que levantó la del 86 con Bilardo en el banquillo, decía que el Flaco Menotti era el mejor. 

Rosarino como Messi, Menotti participa en una película que, de alguna manera, conduce al espectador hacia una meta en la que Messi termina como el mejor de la historia. Ya hacia el final, un periodista saca el tema de la velocidad y sentencia que nunca ha visto a nadie tan rápido con el balón como el ahora jugador del PSG. El Flaco frena de golpe. Se echa hacia atrás en la silla y dice: «Yo sí». Al otro lado de la mesa se hace el silencio. En el rostro de su interlocutor se puede leer un deseo: «Que diga Maradona, que diga Maradona», pero no. Menotti se pasa al otro lado de la trinchera y abre fuego. «El negro... Pelé...». Y sentencia con una frase redonda como una pelota que aplica a la discusión sobre quién fue el más grande futbolista de todos los tiempos: «Al negro hay que sacarlo». Está Pelé y después, en otro apartado, en el de los mortales, los mejores de siempre, donde incluye a Maradona y a Messi, por supuesto. 

Argentina, un país que se podría explicar solo contando anécdotas futboleras, tiene una que viene a transportar al terreno de juego lo que piensa Menotti. Sucedió en un partido cualquiera. Un jugador recibió un golpe en la cabeza y cayó al suelo inconsciente. Salieron las asistencias para atenderlo y, al rato, el masajista regresó asustado al banquillo para contar lo que pasaba. 

—Está muy mal, se ha despertado, pero está fatal, no sabe ni quién es.

El entrenador encontró la solución en el fondo de su alma futbolera.

—Pues dile que es Pelé.

Ahora pueden buscar los récords del brasileño, sus más de 1.000 goles, sus tres mundiales, sus títulos con un Santos que recorría el mundo como si fuese King Kong, convertido en una atracción que nadie se podía perder, o sus lágrimas tras darle a Brasil su primera Copa del Mundo con solo 17 años, aliviando el duelo de un país que, por culpa del Maracanazo, llevaba ocho años vagando en pena.

El reloj corre (con el balón pegado al pie) y en estos días los padres ondeamos la bandera de Maradona mientras los chavales se van a la cama convencidos de que el fútbol consiste en ver resúmenes de filigranas y golazos en el Youtube. Pero por suerte aún queda algún abuelo que, cuando surge la eterna discusión sobre quién fue el mejor de la historia, regresa a su infancia, a su juventud y, como Menotti, aparta al negro a un lado porque, como todo el mundo sabe, puede haber hasta muchos dioses, pero rey solo puede haber uno.

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