Falta el número 7. Me doy cuenta justo el día en que la colección cambia de dueño, casi toda mi vida después. Igual lo supe antes, pero no lo recuerdo. Durante la infancia, esos libros ocuparon un lugar privilegiado en la estantería, separados de los cuentos de Mortadelo y Filemón y los álbumes de cromos. Se titulan ‘El niño pregunta’ y son una especie de enciclopedia para cerebros en crecimiento; cada uno dedicado a un tema: el mar, el barco, los animales del bosque, los hospitales... Toda la vida los traté con mimo, con respeto. Si los consultaba, volvían intactos a su sitio. No sabía por qué, pero sentía que debían durar mucho tiempo. El reloj avanzó y perdieron su lugar en la estantería, pero no pasaron al olvido, solo a descansar a cubierto, y cuando tocó abandonar aquellas paredes les encontré un hueco en el mueble del salón del nuevo hogar. Y allí estuvieron hasta que el otro día, el cerebro en formación que ahora reina en la casa reparó en ellos. Ojeó uno y le gustó. Preguntó de quién eran y le dije que suyos. Se alegró mucho, se los llevó a su habitación y yo supe al fin por qué los había cuidado tanto. Pero falta el número 7. Intentaré recuperarlo, aunque no será fácil. Tengo mucho tiempo donde buscarlo.
