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El gran error de Perico

Se cumplen 30 años del triunfo en París de Perico Delgado, un ciclista que vivió toda clase de aventuras en el Tour de Francia. Y casi todas con un triste final. Por eso se le quiso tanto; porque se equivocaba, porque caía, porque lloraba... Solo falló en 1988

delgado

Los deportistas que de verdad llegan al corazón son los que de vez en cuando fallan. Fenómenos que maravillan por su fuerza técnica o habilidad pero que de vez en cuando resbalan en el lugar menos pensado y se ponen a nuestra altura. Es entonces cuando se sella un matrimonio entre aficionado y deportista que dura para siempre. Por eso Messi nunca será Maradona para los argentinos, ni Butragueño será Juanito para el madridismo, ni Koeman será Stoichkov para el barcelonismo.

Hay que meter la pata para traspasar la línea que separa la admiración del cariño. El deportista tiene que huir de vez en cuando de la aburrida perfección para que lo sintamos como uno de los nuestros. En España el ejemplo más claro se forjó en las carreteras de Francia,  donde Miguel Induráin y Pedro Delgado escribieron a base de pedaladas dos relatos dispares; impoluto el del navarro, lleno de borrones el del segoviano, pero también mucho más entretenido.

Induráin fue una máquina programada para ganar a la que, para dotarla de una fuerza nunca vista, tuvieron que recortarle los sentimientos

Induráin fue una máquina programada para ganar a la que, para dotarla de una fuerza nunca vista, tuvieron que recortarle los sentimientos. España se sentaba delante del televisor en los meses de julio de principios de los 90 con la esperanza de verle un detalle que lo convirtiera en humano, pero no había forma. Día tras día aguantaba cientos de ataques y llegaba a la meta más entero que su rival, al que dejaba cruzar primero la línea de meta como premio por haber luchado con un Terminator de última generación. ¡Gana, Miguel; gana, coño, aunque sea solo una vez!. Gana como le ganaría yo a mi primo en la carrera alrededor de la finca». Pero Miguel no ganaba. Solo lo hacía en las contrarrelojes, donde no había opción de levantar los brazos, y en París, donde ya se sabía que iba a ganar.

Pedro Delgado solo lució una vez el amarillo en el podio de París. Se cumplen justo 30 años de la única vez que saboreó un triunfo que, de no ser Perico, habría disfrutado en más de una ocasión. Fue el precio que tuvo que pagar por hacerse con el cariño de un país.

Lo tenía todo, hasta el nombre, que parecía puesto por Ibáñez como si de un personaje de Mortadelo y Filemón se tratase. Porque Perico Delgado era delgado y un perico

Perico Delgado fue una aparición en el deporte español. Uno de esos cometas que pasan de vez en cuando y que provocan que todo el mundo gire el cuello para verlos. Lo tenía todo, hasta el nombre, que parecía puesto por Ibáñez como si de un personaje de Mortadelo y Filemón se tratase. Porque Perico Delgado era delgado y un perico, que en mi casa es como se le llamó toda la vida a los niños inquietos, a los que no paran quietos, a los que se suben a todos lados. Como Perico Delgado, que a la hora de subir puertos se codea con los más grandes en la historia del ciclismo.

Delgado se hizo profesional en 1982 y al año siguiente se presentó en la salida del Tour de Francia con el equipo Reynolds. Con 23 años ponía sus pies en un planeta desconocido, en una país que presumía de organizar la mejor vuelta ciclista del mundo, la única. Una prueba que miraba a las demás por encima de hombro. Y con razón. Era la más dura y España llevaba muchos años observándola desde la distancia. Lejísimos quedaba el triunfo en 1959 de Federico Martín Bahamontes (otro con un apellido bien puesto para ser un escalador) y lejos (1973) el de Luis Ocaña, hombre criado en Francia y maltratado por la vida hasta el punto de ponerle fin él mismo con un disparo en la cabeza.

Aún no había empezado la carrera y ya sabía que le esperaba un infierno.

Cuenta Delgado que en aquel Tour de 1983 se quedó descolgado con buena parte de su equipo en la salida neutralizada. Aún no había empezado la carrera y ya sabía que le esperaba un infierno. Como el que vivió en la etapa que transcurría por el territorio de la clásica París-Roubaix, la del temible pavés, superficie que desconocía y que le hizo perder casi diez minutos. Pero en la montaña reaccionó y se colocó segundo en la general.

España se quitó de repente un complejo ante la vecina Francia y se permitió el lujo de soñar con ver a Perico campeón del Tour, pero un alimento en mal estado le provoca una gastroenteritis y pierde 25 minutos en una etapa. Adiós al Tour, hola al comienzo de la leyenda.

Al año siguiente se rompe la clavícula al estrellarse en uno de sus famosos descensos, en los que adoptaba una postura entre la aerodinámica y el ridículo encima de la bici. «Oh, la la», decían en la televisión francesa. En 1985, después de conquistar la Vuelta, consigue su primer triunfo de etapa en el Tour, pero la niebla impide que se vea su gesta por televisión. Al año siguiente pierde una minutada en la crono por equipos y otra en la individual. En plena remontada recibe la noticia de la muerte de su madre, intenta seguir en carrera, pero la pena lo desmonta de la bicicleta.

A Perico le pasan en el Tour las cosas que a los demás nos pasan en la vida: le duele la barriga, se cae, pierde a un ser querido, se topa con alguien mejor... hasta llega tarde a una cita

Delgado acarició el triunfo en 1987, pero se encontró con un Stepehn Roche inhumano, ganador ese mismo año de Giro y Mundial. Y es que a Perico le pasan en el Tour las cosas que a los demás nos pasan en la vida: le duele la barriga, se cae, pierde a un ser querido, se topa con alguien mejor... hasta llega tarde a una cita, como le sucedió en la etapa prólogo del Tour de 1989, cuando se presentó a la salida con 2.40 minutos de retraso porque calculó mal la hora. Tanto se esforzó por recuperar el tiempo perdido que al día siguiente, en la crono por equipos, cedió otros cinco minutos.

En 1990 otra gastroenteritis le impidió luchar por el podio, pero no asistir a las primeras exhibiciones de un Induráin que reinaría en París los cinco años siguientes. Fin del Periquismo.

Habrán notado que me he saltado 1988, el año en que Perico Delgado dominó por completo el Tour y en el que solo una acusación de dopaje le quitó el sueño. Al final, el medicamento que había tomado no estaba prohibido y, pese a las presiones del Tour, siguió en carrera para conocer París desde lo más alto del podio vestido de amarillo.

Los que saben de esto dicen que solo el infortunio le impidió ganar como mínimo tres Tours de Francia. Puede ser, pero hay en España una generación de aficionados al ciclismo a la que eso no le importa, le basta con recordar  sus demarrajes, sus caídas, sus despistes... una generación que  hasta no tiene problemas en perdonarle el fallo de ganar en 1988. El gran error de Perico.

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