Paso por delante del instituto en el que estudié. Son las ocho de la tarde y es de noche, pero la calle está llena de juventud; de palmeras de chocolate, de cigarrillos... una chica no sé qué dice de un comentario de texto a un chaval que no la escucha, solo la mira atentamente. Es la hora del recreo, pero es de noche, como si fuese de día y algún gamberro hubiese apagado la luz. No hace nada de frío. Si no fuese por la gente que hace cola para comprar churros bien podría tratarse de un sueño. Estos son mayores, como yo, y niños, como fui, pero ni se cruzan con los jóvenes. Pertenecen a capas distintas que se superponen, pero no se tocan. Yo mismo paso entre ellos y creo que ni se enteran. Me dan ganas de decirles que yo también estudié ahí, que un día fui como ellos. Por supuesto no lo hago. Me callo y miro hacia todos lados en busca de escenas de un tiempo pasado en las que salía gente de la que ya no sé nada. Estos actores son distintos, más altos, con peinados extraños y ropas de otra época, pero encuentro alguna imagen que me resulta familiar. Aún hay palmeras de chocolate, cigarrillos y miradas más allá de los comentarios de texto. Dejo atrás ese recreo y parece que ya hace algo más de frío.
