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Unos cascos y un Almax

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Escribo esto solo, sin el disco que me acompaña en esta columna desde hace tiempo. Me he olvidado los cascos y aquí me encuentro; rodeado de ruidos, de ideas y de silencio. Me da la sensación de que sin esas canciones lo tengo más complicado para llegar al final. Me cuesta concentrarme. Alzo la vista y veo en la televisión el Argentina-Inglaterra del Mundial 86. Así es imposible. Otra vez Maradona. Pruebo a reproducir el disco en la cabeza, pero no funciona; ni el disco ni la cabeza. Le echo la culpa a la sobredosis de azúcar que tengo en el cuerpo después de las comilonas de Nochebuena y Navidad y me maldigo por haber olvidado los cascos, como si tuviesen el mismo efecto que un Almax. No me queda otra que aceptarlo. Estoy solo. Lo único que puedo hacer es pensar que esto me tiene que servir de lección, que nunca más puedo salir de casa sin las cosas importantes. Es la tarde del día de Navidad y no estoy tirado en el sofá viendo la misma película mientras comienza la cuenta atrás para que los relucientes juguetes que gobiernan la casa se rompan. Estoy aquí, echando de menos unos cascos y un disco. Así no puedo, es imposible. Me voy a ver a Maradona. Espero que sepan perdonarme. Es Navidad.

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