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Cambiar una palabra

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Una noche Borges soñó un poema. A la mañana siguiente lo dictó y poco después formaba parte de un libro. Solo le cambió una palabra. Yo ayer soñé que dejaba esta columna a medias, que llegaba la hora de entregarla y no tenía forma de terminarla. Opté por llamar al periódico con la idea de dictar el final y disculparme, pero no era capaz de marcar los números. La angustia me bloqueaba. La columna me estaba quedando bien y sabía cómo acabarla. El final iba a ser lo mejor, pero se iba a perder para siempre y no era capaz de entender por qué. Y eso me dolía. Debía de ser más o menos a esta altura donde se acababa lo redactado y empezaba mi deuda con el periódico, un cruel espacio en blanco que me martirizaba. Si usted puede seguir leyendo es que está despierto, como lo estoy yo ahora, aliviado por tener la oportunidad de terminar mi trabajo, pero, al contrario de la pasada noche, sin un buen final en el cabeza. Pero no quiero que la pesadilla se haga realidad. Esta columna la acabo. Les prometo que tendrán algo que leer hasta el punto final. No será un poema de Borges, lo siento, mi subconsciente navega por otros mares. Esto es lo que hay. Eso sí, si quieren cambiar alguna palabra, adelante.