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Antes de la sentencia

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Me he hecho con una bicicleta a la edad en que nuestros abuelos se las regalaban a los nietos. Ahora me da pena no haberme metido en esto antes, pero de nada vale lamentarse... también Perico llegó tarde a aquella contrarreloj en Luxemburgo. La vida sigue, más lenta, pero sigue. Así que ahora paso parte de mi tiempo libre embutido en un maillot por el lugar de moda: la Galicia profunda. Solo tengo que tomar uno de los desvíos que se me insinúan en la carretera principal que atraviesa el pueblo donde vivo y ya estoy solo con mis jadeos, el trinar de los pajaritos y el olor a purín. En los repechos no, ahí solo echo de menos estar en el sofá viendo Netflix, pero cuando la carretera se apiada de mí aprovecho para pensar qué escribir en estos artículos, y casi siempre sale algo. Pues bien, allí mismo, en el epicentro de la Galicia profunda, no encuentro mucho que contar de la sentencia de la jueza de Marbella sobre la que todo el mundo tiene algo que decir; sean o no gallegos y sean o no profundos. A lo mejor es por eso, porque está todo dicho. ¿Es una expresión desafortunada? Sí, se lo digo yo que pedaleo por allí y es un lugar repleto de cosas maravillosas; eso sí, de niños no. De eso ya no había antes de la sentencia

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