Blog | Que parezca un accidente

Una tradición rutinaria y normal

A VECES LAS tradiciones nacen de las experiencias más insospechadas. Incluso de la ausencia de estas. Cuando a Jorge Luis Borges le preguntaron por qué todos los años era el candidato favorito para el Nobel de Literatura y no lo ganaba nunca, el escritor argentino contestó que se trataba de una bonita tradición escandinava. Al fin y al cabo, las cosas que no suceden constituyen un motivo tan bueno como otro cualquiera para convertir ese vacío en una costumbre. Hace algunos años, unos amigos y yo fuimos hasta Allariz para comer un cocido en uno de nuestros restaurantes favoritos y celebrar así el primer domingo del otoño. Una vez allí descubrimos que el restaurante estaba cerrado, así que nos pasamos todo el día de fiesta por las calles del pueblo. Desde entonces, el primer domingo de cada otoño es el día en el que nos juntamos en Allariz para no comer cocido. Se ha convertido en una de las fechas más esperadas del año.

A menudo son las experiencias anómalas las que devienen en las tradiciones más apreciadas. A fin de cuentas, si una tradición nace de la rutina y la normalidad, es natural que esa tradición sea rutinaria y normal. Recuerdo el año que mi compadre Paco se vio obligado a celebrar su cumpleaños cinco días seguidos. Debido a los compromisos laborales de unos y las responsabilidades familiares de otros, le había resultado imposible juntar a todos sus seres queridos el mismo día en el mismo sitio, por lo que invitó a comer a un par de ellos el lunes, brindó con otros dos el martes por la tarde, organizó una cena con tres o cuatro el miércoles, se fue de tapas con el resto de sus amigos el jueves y se reunió con algunos familiares para comer el viernes. Casualmente, mi amigo Rodrigo y yo lo acompañamos en cada una de esas citas durante aquellos intensos cinco días, lo que provocó el nacimiento de una tradición. Hoy en día, los cumpleaños de Paco se celebran a lo largo de un fin de semana entero en una casa que él alquila en la costa para la ocasión. Llamamos a esa celebración anual Las fiestas Pacanales. Y a mí ya me hacen más ilusión que mi propio cumpleaños o la Navidad.

Manuel de LorenzoMe contaba mi vecino, Agustín, que durante la ''romaría da Nosa Señora da Saúde'' en A Peroxa, Ourense, se da todos los años una tradición muy curiosa. Es una fiesta a la que acude mucha gente y la costumbre al mediodía, cuando llega la hora de comer, es elegir una pieza de carne para que te la preparen ao caldeiro. Debido a la masiva afluencia de visitantes, las enormes ollas se llenaban de una gran cantidad de falda de ternera troceada, de tal forma que resultaba muy difícil determinar a quién pertenecía cada pieza. Y de ahí nació la tradición de escribir el nombre del cliente sobre la carne con tinta alimentaria. Esa es la prueba de que la falda de ternera ao caldeiro que te estás comiendo es la tuya, ya que puedes leer en ella tus apellidos. Al principio puede resultar extraño llegar allí y ver un montón de carne pintarrajeada sobre el mesado, esperando a ser cocinada para luego ser servida a su correspondiente dueño, pero lo que comenzó como una solución improvisada para evitar confusiones ha acabado convirtiéndose en uno de los atractivos de la fiesta.

Agustín me contaba esta historia hace unos días, mientras tomábamos en su casa un licor de hierbas casero que prepara Lourdes, su mujer. Normalmente me paso por allí una vez por semana a probar ese licor, cuyo sabor es francamente magnífico. En la televisión, de fondo, ponemos casi siempre algún partido mientras comentamos algunos asuntos de actualidad, charlamos sobre cualquier tema que surja o nos vamos poniendo al día. Es algo que comenzamos a hacer en el mes de marzo de 2020, durante el confinamiento estricto del inicio de la pandemia. En nuestra planta solamente vivimos nosotros y ellos, por lo que, una vez superados los primeros días de encierro, decidimos convertirnos en un único núcleo familiar —Agustín y Lourdes son, además, los tíos de mi mujer—. Nosotros íbamos a su casa, ellos abrían una botella de ese estupendo licor de hierbas y, poco a poco, entre risas y anécdotas, aquellas reuniones se fueron transformando en una vía de escape, en una feliz forma de distracción en mitad de un mundo enfermo y averiado.

Cada vez que regreso a su casa y pruebo ese licor, recuerdo el confinamiento, las pequeñas cosas buenas que también tuvo. Me vienen a la memoria aquellas tardes tranquilas en casa de Lourdes y Agustín, olvidándonos por un rato del miedo y la incertidumbre que lo dominaban todo más allá del portal. A día de hoy, ir a su casa y brindar con ese licor ha dado forma a una bonita tradición. Una de esas que nacen de las experiencias más insospechadas. De hecho, no tendría ningún problema en permitir que se terminase convirtiendo en una tradición rutinaria y normal. Todo lo contrario.

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