Blog | Que parezca un accidente

Te deseamos todos

UNA MAÑANA cualquiera te levantas, te preparas a tientas un café, te desplomas somnoliento sobre una de las sillas de la cocina y, de pronto, recibes un WhatsApp. Al principio te parece un WhatsApp normal, con su notificación verde y redonda en la parte superior de la pantalla del teléfono, esperando a ser despachada. No le prestas demasiada atención, todavía te falta una ducha y otro café para acostumbrarte al ritmo del mundo, pero en un descuido lo abres y tu vida cambia para siempre. Lo primero que aparece ante ti es una extraña lista de números de teléfono, todos desconocidos, salvo acaso dos o tres. Y entonces comprendes que te han metido en un grupo. Nadie te ha preguntado, el administrador ha decidido por ti. Ha considerado que el objetivo de esa reunión virtual y forzosa prevalece sobre tu eventual disconformidad. Pero el grupo todavía carece de foto y de asunto. Tú no sabes qué pintas ahí. Un anónimo se aventura a escribir ‘hola’ en voz baja, como intentando no importunar, pero su mensaje se estrella contra el silencio. Todos los demás reaccionamos con cobardía. Somos esa gente de las salas de espera que mira al suelo y no devuelve el saludo al que acaba de entrar.

De repente el administrador actualiza la foto del grupo. Te fijas bien y es una tarta de cumpleaños. Una tarta simpática y colorida, de aspecto infantil. Apenas tardas un instante en sentir el primer escalofrío. Te asaltan todas las dudas, una sospecha comienza a adquirir forma en lo más profundo de tu pánico. Te dices a ti mismo que no puede ser, que tus temores son infundados, pero en el fondo sabías que ese día llegaría y no hay nada que puedas hacer. El administrador modifica a continuación el asunto y se confirman tus peores presagios. Permaneces unos segundos contemplando el nombre del grupo, preso del desconcierto. "Cumpleaños de Pablito", dice. Por primera vez en tu vida, uno de los compañeros de clase de tu hijo celebra su cumpleaños y tú acabas de ser invitado.

Porque no es a tu hijo al que invitan, es a ti. Eres tú el que acude a esa fiesta. Sois todos los padres que estáis en ese grupo los que adquirís ese compromiso y os presentáis en el lugar acordado a la hora prevista con vuestros hijos de la mano. Ellos ya se han visto esa misma mañana en el colegio. Llevan compartiendo varias horas al día durante toda la semana. Para los niños no hay mucha diferencia con un viernes cualquiera de otro mes cualquiera. Pero tú vas a pasar la tarde con un montón de desconocidos que, resulten ser majos o unos cretinos, solamente tienen en común contigo una aburrida circunstancia administrativa. La misma que os ha llevado a todos hasta un parque de bolas en un barrio de las afueras: que vuestros hijos se sientan juntos en la misma clase.

Minutos más tarde, alguien toma la decisión de meterte en otro grupo de WhatsApp. Está integrado por todos los números extraños de antes, menos el del administrador. El nombre del grupo es "Regalo de Pablito" y tú te das cuenta de que, para colmo, no puedes presentarte en la fiesta sin un regalo.

Lo primero que haces es resistirte. Encima vas a tener que perder otra tarde buscando en alguna juguetería un regalo para un niño al que no conoces de nada y que ya empieza a caerte mal. Pero entonces compruebas que ese grupo sólo ha sido creado para reunir una determinada cantidad. Alguien más bondadoso que tú se ha comprometido a comprar el regalo. Respiras aliviado, te han quitado un peso de encima. Hasta que lees que la propuesta económica podría servir "para los demás cumpleaños" y entonces gritas para tus adentros: "¿Pero es que va a haber más?".

Ese día llegas al parque de bolas con tu hijo de la mano y vas saludando a los demás padres, que al principio parecen el mismo, hasta que encuentras un lugar en un rincón en el que no estás del todo incómodo Los niños juegan, los adultos fingís interesaros por los asuntos de los demás y la tarde va avanzando. Cuatro padres se te acercan entonces y te proponen ir hasta el bar que hay al lado mientras los demás se quedan en el parque de bolas vigilando a los niños. Ves el cielo abierto. Por fin un poco de normalidad. Parecen gente maja, quizá aquella cita obligada haya sido una oportunidad para conocer a personas con las que iniciar una relación de amistad.

Entráis los cinco en el bar, aventurando una posible opinión acerca de algún tema sobre el que conversar. Os apoyáis en la barra, llamáis al camarero. Tú pides una cerveza que te va a saber a gloria. Contra todo pronóstico, ellos piden dos descafeinados, un Aquarius y un agua con gas. A la mierda el dichoso cumpleaños. Maldita sea.

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