Blog | Que parezca un accidente

¿Para qué sirve haber leído mucho?

REGRESÁBAMOS en coche a O Grove después de un paseo y un vermú en San Vicente. Entramos en el pueblo por la calle Teniente Domínguez y mi mujer reparó en un restaurante pintoresco, a través de cuyos cristales le pareció distinguir una terraza sobre la ría. Un poco más adelante, a la altura del puente de A Toxa, pronosticó que se comería bien allí y telefoneó para reservar una mesa. En realidad, se trataba de un vaticinio a medio camino entre la corazonada y la certeza, porque es muy difícil comer mal en O Grove. Y, en efecto, acertó.

Ilustración Manuel de Lorenzo
Ilustración Manuel de Lorenzo

Lo primero que nos llamó la atención al entrar fue el ambiente del lugar. La decoración ecléctica y original, su espíritu alegre, la luminosidad del espacio y, por supuesto, las fabulosas vistas al mar. Nos ubicaron en una de las terrazas —un rinconcito al mismo tiempo atlántico y mediterráneo, con mucho encanto—, nos sirvieron un aperitivo y nos trajeron la carta. Me agradó mucho la simpatía del personal, su trato amable, cercano y solícito. La comida —unas zamburiñas a la plancha con cebolla caramelizada y tierra de jamón y un arroz de gambas, wakame, carpaccio de gambón y alioli de codium— estaba a la altura de lo previsto por mi mujer. Nos dejamos aconsejar en cuanto al vino y la elección fue un éxito. La experiencia estaba resultando fantástica, cada cosa parecía encontrarse en equilibrio con las demás, pero había un elemento complementario, acaso en segundo plano, que ayudaba a ligarlo todo y a dotarlo de armonía: la música.

No me di cuenta hasta que nos sentamos en la terraza y, acompañando al aperitivo, nos sirvieron un cóctel con amaretto. Bebí un trago, eché un vistazo a la ría y, en ese momento de relajación, comencé a escuchar la canción que sonaba sutilmente por los altavoces del local. Como si hubiese empezado a sonar en ese mismo instante. Se trataba de ‘Hot love’ de T. Rex, la primera canción del grupo de Marc Bolan en la que se incorporaba una batería, el tema que inauguraría la corriente glam rock y uno de los primeros himnos del movimiento. En cuanto terminó, de allí a unos segundos, comenzó a sonar ‘Cosmic dancer’ y comprendí que lo que se estaba reproduciendo, en orden aleatorio, era el álbum entero en el que se encuentran esas dos canciones: el disco ‘Electric warrior’ de T. Rex. Y me pareció la banda sonora perfecta para ese momento y ese lugar.

Al cabo de un rato, mientras comíamos, me surgió la duda de cuántos otros clientes habrían reconocido el disco o el grupo. Porque, en mi opinión, aquella música resultaba perfecta para la ocasión, igual que habría sucedido con muchas otras bandas o canciones. Quizá alguien se había dado cuenta de que se trataba de T. Rex y, como a mí, le había parecido una opción óptima —o no—. Puede que otros no supiesen qué grupo era, pero les agradase lo que estaban escuchando —o no—. Sin embargo, estoy convencido de que a la mayoría le daba igual las canciones que sonaban por los altavoces. No sólo porque no conociesen ese grupo o ese disco, sino porque la música, probablemente, no es algo a lo que suelan prestar demasiada atención.

A muchos les resultaba indiferente que en ese instante sonase bachata, glam rock, rythm and reblues o reguetón. Y eso me produce cierta tristeza.

A mí me encanta T. Rex, especialmente el disco ‘Electric warrior’. Y en aquel restaurante, bajo un cielo despejado, frente a un paisaje cautivador, me pareció que encajaba a la perfección. Pero yo sé que me gusta ese álbum y que, en ese momento, formaba parte de las mejores alternativas posibles porque soy consciente de cuáles son el resto de opciones y porque conozco mis gustos. Y eso sucede porque me importa la música. Porque he escuchado mucha. Me pareció que aquella combinación era adecuada porque es algo que a mí no me da igual. Porque no me sirve cualquier cosa. Porque, después de haber escuchado tantos discos y a tantos artistas, puedo identificar lo que prefiero escuchar en cada momento. Puedo valorarlo cuando es lo que suena. Y eso me parece un privilegio.

Ocurre lo mismo con el cine. Cuantas más películas ve uno, mejor aprende a diferenciar las que le gustan más de las que le gustan menos y por qué. Y a mí eso me sirve para saber cuál es la clase de cine que, en un momento dado, quiero ver. Porque no me da lo mismo cualquier cosa, no me conformo con ver "lo que echen". Si puedo elegir es porque sé qué es lo que más me satisface. De igual forma que disfruto de la gastronomía porque me importa. Porque he aprendido a identificar aquello a lo que le otorgo valor culinario y aquello a lo que no. Para eso sirve haber escuchado mucha música, haber visto mucho cine o haber leído muchos libros. Para diferenciar con mayor precisión lo que te gusta de lo que no. Y disfrutarlo. Como disfruté de ‘Electric warrior’ en aquel restaurante.

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