Blog | Que parezca un accidente

Qué prisas

SUELE atribuirse a Montesquieu -o al constitucionalismo británico; tanto monta, monta tanto- el diseño de un sistema de checks and balances entre los diferentes poderes del estado destinado a evitar injerencias que supusiesen la preminencia de alguno de ellos sobre los demás.

Algunas décadas después, Edmund Burke vaticinaría el futuro rol de la prensa como un cuarto poder ajeno a los protocolos de control institucional. Un contrapeso asimétrico capaz de generar corrientes de opinión a su antojo y en contra del establishment. Una especie de Robin Hood del Estado de Derecho. Una mosca cojonera de tinta y papel.

Es divertido, más allá de su oportunidad, su honestidad o incluso su eficacia, observar cómo a veces la prensa le monta una escenita a un político, tirando sus cosas a la calle en camisón desde la ventana, exhibiendo ante el vecindario la prueba de su infidelidad y aireando sus vergüenzas al grito de "eres igual que todos los demás". Supongo que la heterogeneidad es una virtud muy apreciada.

João Soares, ministro de cultura de Portugal, ofrecía esta semana en Facebook unas bofetedas a Augusto M. Seabra, columnista del diario portugués Público, quien unos días antes lo había tachado en un artículo de "derrotado nato" al tiempo que censuraba su "amiguismo" y lo acusaba de no estar "cualificado para el cargo". Soares se revolvía en la red social: "Estoy viendo cómo puedo buscarlos para soltarles unas bofetadas, tanto a él como a Vasco Pulido Valente". Este último había escrito que no tenía ningún respeto por João Soares, "ni como hombre ni como político".

No es cuestión de sacar las cosas de quicio y formar gobierno a lo loco

Sin embargo, lo más llamativo de la bravata ministerial tal vez no sea su voluntad de zanjar el asunto mediante puñetazos. Al fin y al cabo, es consustancial a una sociedad civilizada solucionar sus problemas a hostias. Lo realmente curioso es cómo inicia el gobernante su advertencia: "En 1999 le prometí públicamente (a Seabra) un par de bofetadas. Una promesa que todavía no he podido cumplir".

En 1999. Han pasado diecisiete años y, en todo este tiempo, Soares aún no ha encontrado el momento oportuno para zurrar al periodista. Década y media para propinar un bofetón. Pocos ejemplos de templanza se me ocurren más elocuentes que sentirse ofendido, apretar el puño, y a la hora de la verdad, no hacer absoutamente nada.

Hay actos urgentísimos que conviene aplazar lo máximo posible. Reacciones automáticas, de respuesta inmediata, que exigen ser ejecutadas con la mayor lentitud. Recuerdo una película -por desgracia, he olvidado su título- en la que una mujer descolgaba el teléfono y recibía la terrible noticia de que su marido acababa de sufrir un paro cardíaco. Le pedían que acudiese al hospital en cuanto pudiese porque se temían lo peor. Ella, con voz tenue y temblorosa, contestaba "ahora mismo voy". Colgaba el teléfono, hacía meticulosamente la cama, la repasaba al detalle, se maquillaba y atusaba el pelo, elegía con calma entre varios bolsos y, por fin, salía corriendo de casa sin tiempo que perder.

Determinadas acciones, cuando son realmente apremiantes, requieren de sosiego y reposo. De hecho, es aconsejable ejecutarlas con demora, más tarde que pronto, no vaya nadie a pensar que uno tiene un carácter demasiado impetuoso. Recuerdo que en mi último día de instituto tuve una discusión con un compañero de clase que se vio interrumpida por un profesor justo cuando mi paciencia se había agotado. Se llevaron al tipo a un aula distinta y me tuve que quedar con las ganas de decirle un par de cosas más. Hace tres o cuatro semanas, casi dos décadas después, me lo encontré paseando por Pontevedra con su familia. No lo había vuelto a ver desde aquel día. Se ha convertido en un hombre respetable y bondadoso, padre de dos preciosas niñas y propietario de un hotelito muy acogedor. Ambos nos reconocimos al instante. "¡A ti lo que te pasa es que eres un acomplejado!", dije nada más verlo, continuando la pelea justo desde el punto en el que la habíamos dejado. "¡Cállate, gordo!", contestó el. Y nos alejamos calle abajo discutiendo a voces, dándonos palmaditas en la espalda por lo contentos que estábamos de vernos.

Prometerle un par de bofetadas a alguien en 1999 y, sobre todo, tener presente esa promesa en 2016, dice mucho de la serenidad del ministro Soares. Si es otro, hubiese despachado el compromiso quel mismo día, quedando ante la opinión pública como un perturbado. Nadie se atrevería a negar, si atizase al periodista un mes de estos, que ha sido una decisión impulsiva pero, qué diablos, muy meditada. Una respuesta pasional y exaltada como es soltarle a alguien un bofetón no puede ser tomada a la ligera.

La gestión pausada de lo que corre mucha prisa es síntoma de prudencia. Woody Allen lo ilustra con precisión en esa escena de Scoop en la que dice: "Estaba en el salón, he oído que te ahogabas, he acabado mi té con pudding y he venido en seguida". Qué importante es saber aplicar el principio de proporcionalidad. Que algo sea muy urgente no quiere decir que haya que llevarlo a cabo inmediatamente. Faltaría más. En España, por ejemplo, urgía formar gobierno lo antes posible porque la estabilidad y el bienestar de la ciudadanía así lo requerían, y sin embargo, dieciséis semanas después de las elecciones, aquí seguimos, haciendo tiempo.

Que nadie dice que la gobernación de un país no corra prisa, ojo. Pero tampoco es cuestión de sacar las cosas de quicio y formar gobierno a lo loco. No pasa nada por esperar unos días. Total, solo van ciento doce. Casi cuatro meses. Si João Soares se toma sus diecisiete añitos de rigor para propinar un guantazo, los demás también podremos esperar un poco, digo yo. Qué prisas.

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