Blog | Que parezca un accidente

Primeros días de verano

Siento una especial predilección por esas fechas del año que se intercalan entre las demás, conectándolas e impulsándolas, con las que vuelves a coger velocidad después de varios meses de llanura. Es durante esos momentos de transición, tan especiales e ilusionantes, cuando suelen ocurrir las anécdotas que merece la pena contar.

Un amigo me explicaba hace unas semanas que, la pasada Nochevieja, después de cenar con su familia, regresó a su casa con la sensación de que necesitaba un cambio de rumbo. Era como si la rutina lo empujase cada día un poco más contra la lona, decía él. Llegó a su portal y, por el bullicio, la música y el ruido de las copas, comprendió que en su edificio se había organizado una fiesta. Lo interpretó como una señal y subió las escaleras decidido a dejarse llevar. Aquella Nochevieja le serviría para progresar, sería el símbolo de una nueva etapa. Cuando llegó a la planta en la que se celebraba la fiesta, descubrió que era la puerta de su piso la que estaba abierta. Alguien ponía canciones en su equipo de música, una multitud de desconocidos bailaba en su salón y otros tantos entraban en su casa con bolsas llenas de botellas. "Nunca llegamos a saber cómo sucedió aquello –me decía después de explicar que conoció a su actual pareja aquella noche–, pero es una de esas cosas que solamente podrían ocurrir en Nochevieja".

La noche de Fin de Año es uno de esos momentos especiales de transición que hacen avanzar el calendario con un empujón. Otro es el final del otoño, especialmente desde que comienzan los magostos. O el Entroido, con el que se deja el largo invierno atrás para dar paso a la primavera. Estos días hemos vivido el final de curso, el inicio de las vacaciones, la noche de San Juan. Y el año sigue moviéndose gracias a esos instantes que van uniendo sus etapas. Por fin han vuelto los festivales de verano y lo han hecho con ganas. Estuve el fin de semana en Lisboa asistiendo al primero de la temporada y he vuelto para terminar algunos asuntos de trabajo antes de volver a viajar. Es algo así como marcharse a la ducha en el minuto ochenta y regresar al campo de juego al cabo de un rato para terminar el partido, pero ha merecido la pena volver a saborear un festival después de dos años y tener la sensación de que por fin se ha puesto en marcha el verano.

Hace muchos años, un grupo de amigos comenzamos nuestras vacaciones subiéndonos a una furgoneta y conduciendo hasta un pequeño pueblo donde se organizaba un festival del que nos habían hablado. Era uno de esos viajes para los que solamente hace falta un medio de transporte, una mochila y mucha juventud. Al llegar al pueblo, las acampadas se estaban organizando al tuntún entre la policía y los organizadores del festival. Había gente instalada en los jardines municipales, otros en las orillas del río, algunos incluso habían montado sus tiendas de campaña en las rotondas. Eran otros tiempos… Hoy en día habría que cubrir un formulario y realizar doscientos trámites sólo para aparcar. En aquella época, llegabas y acampabas. Alguien del festival te decía "ahí", señalando un descampado, y ahí te quedabas cinco días. Tan a gusto.

A nosotros nos desviaron hasta llegar a un aparcamiento frente a un islote que parecía flotar en el medio del río. Debíamos dejar la furgoneta, cruzar la pasarela hasta el islote e instalar nuestras tiendas donde hubiese sitio. Y así lo hicimos. Acampamos, sacamos la comida y la bebida y dejamos que la tarde fuese cayendo hasta que llegase la hora de emprender el camino hacia el recinto del festival.

Con el sol ya poniéndose, a dos de las chicas de nuestro grupo de amigos les entraron ganas de orinar, pero en aquel islote no había cuartos de baño ni tampoco intimidad. La idea que se les ocurrió fue acercarse hasta el aparcamiento y buscar un lugar discreto entre alguno de los coches, donde nadie las viese. Y se fueron para allá.

Ignoro si fallaron al calcular su posición o no contaron con la capacidad que tiene el ojo humano para ver todo aquello que tiene delante, pero, al cabo de unos minutos, ambas estaban haciendo pis al lado de nuestra furgoneta, con los culos hacia el islote, ante todos los que allí acampaban, que comenzaron a aplaudir con gran estrépito. Una de ellas asomó la cabeza y se dio cuenta de que estaban orinando exactamente en el lugar más propicio para que todo el mundo las viese. Comprendió su error y le dijo a la otra: "No te preocupes, que por los culos no nos van a reconocer". Y de espaldas al islote, desplazándose como los cangrejos, recorrieron el camino hasta la pasarela, donde se confundieron con la multitud. Llegaron a nuestra zona de acampada muertas de vergüenza, pero también de risa, y brindamos por el primer día de festival. Por fin había comenzado el verano. En esas fechas en las que suelen ocurrir las anécdotas que merece la pena contar.

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