Blog | Que parezca un accidente

La perspectiva del mundo

AL RECORRER el paseo marítimo de Vilagarcía de Arousa, a lo largo de la Playa de Compostela, uno puede observar cómo de los muros de varias casas cuelga una vieja argolla. Toda esa zona es terreno ganado al mar. Antiguamente, el agua llegaba hasta los patios traseros de las casas, y a esas argollas se amarraban las barcas con las que los pescadores salían a diario a faenar. Hoy en día esas casas han sido reformadas y ampliadas. Tienen grandes ventanales y en su parte superior distinguimos fantásticas terrazas con vistas a la ría. Se trata de una de las zonas más deseadas para adquirir una vivienda y, por lo tanto, también de las más caras. Hubo un tiempo en que las clases pudientes preferían vivir en el centro, cerca de las plazas principales, y eran los trabajadores más humildes quienes debían resignarse a vivir junto al mar. Actualmente, las familias más acomodadas prefieren una casita sobre la playa y los demás nos recogemos como podemos en el casco antiguo, quizá en un piso turístico, cerca de las terrazas y la vida social.

Ilustración para el blog de Manuel de Lorenzo. MX
Mx

Hay algo fascinante en ese proceso de cambio. El mismo lugar que hace un siglo carecía de valor es donde encontramos ahora el metro cuadrado más caro. Con el paso del tiempo, la perspectiva de las cosas fue variando, se fue retorciendo hasta que un día la propia realidad se puso del revés. Lo que estaba delante pasó a estar detrás. Lo que estaba a un lado pasó a estar al otro. Y así ha sucedido en muchos otros lugares. Si uno pasea por la Rua dos Manjovos en Viana do Castelo, Portugal, antes de cruzar hacia la Rua Grande, descubrirá que se dirige hacia los cafés más pintorescos, los restaurantes más auténticos, las terrazas más solicitadas. Esa zona, que se encuentra en la margen del río, era el barrio en el que hace un siglo vivían los pescadores. Las casas baratas. Hoy es uno de los lugares turísticos más visitados de la ciudad.

Cerca de Viana do Castelo, junto a la Praia da Gelfa, hay un restaurante que, en su día, era un viejo y sencillo mesón. Yo solía ir a aquella playa con mis padres en verano. En los alrededores solamente había media docena de edificaciones: el hospital psiquiátrico, el viejo mesón y cuatro casitas. El resto era pasto. He estado allí hace unas semanas y, de repente, han brotado en el campo medio centenar de chalés de lujo. Cuando yo era niño, en esa zona había árboles y, al fondo, el océano rompiendo contra las rocas y el arenal. No le interesaba a nadie. Ahora hay árboles y, al fondo, el océano rompiendo contra las rocas y el arenal. Le interesa a todo el mundo. Especialmente a los del mesón, que hoy es un restaurante estupendo donde a uno lo ayudan a elegir el bogavante que se va a zampar. Algo que sucede porque, de nuevo, la perspectiva de las cosas ha puesto del revés la realidad. Ese bogavante, hace apenas unas décadas, habría acabado en una huerta. Hasta mediados del siglo XX, el marisco era la parte desechable de la pesca. Se utilizaba como abono o se destinaba a las prisiones, como alimento para los reos. Su valor en el mercado era menor que el coste de sacarlo del mar. Langostas, nécoras y centollas tan sólo eran consumidas por las familias más pobres. Por aquellos que no tenían otra cosa que llevarse a la boca.

Yo ahora mismo, mientras escribo, disfruto de unos berberechos y un vino en una terraza de Coruña. La ornamentación de las fachadas del casco antiguo que dan al interior, hacia la calle, es sorprendente. Un amigo me comentaba ayer el motivo: la calle era la zona interesante, a la que se asomaban las familias y desde la que observaban los curiosos. Al otro lado, únicamente estaba el mar. Símbolo de trabajo, de sacrificio y de muerte. Por eso las fachadas de Coruña que dan al océano están hechas de galerías. Esa imagen tan característica de la Avenida de la Marina y sus fachadas de vidrio y madera responde, en realidad, al hecho de que en ese lado de los edificios se encontraban las cocinas y los trasteros. Esa era la parte de atrás de las casas. La parte irrelevante. La parte fea. La que daba al mar. Hoy en día cualquiera presumiría de vivir al otro lado de una de esas galerías, con el Atlántico delante, pero en el siglo XIX esa era la parte del edificio que no se quería enseñar.

Me he fijado en que algunos afortunados han podido comprar y reformar algunos de esos pisos. En los antiguos, todavía se pueden apreciar tras las galerías los restos de las viejas cocinas. En los que han sido reformados, me doy cuenta de que ahora es el salón el que da hacia las galerías y, por lo tanto, hacia el mar. Sus nuevos propietarios tuvieron que pedirle a alguien que le diese la vuelta entera a la casa. Lo que estaba delante pasó a estar detrás, lo que estaba a un lado pasó a estar al otro… Es natural. A veces la perspectiva de las cosas se retuerce tanto que te ves obligado a pagar para que alguien te ponga del revés la realidad.

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