"Tócala otra vez, Sam" es una frase engañosa: nadie la pronuncia en Casablanca. En realidad, el imaginario colectivo asoció con esa película el título de una obra de teatro de Woody Allen llamada Play it again, Sam (tócala otra vez, Sam). Un título que responde a la auténtica frase enunciada por Ilsa Lund en esa escena de Casablanca: "Play it once, Sam, for old times' sake", es decir, "tócala una vez, Sam, por los viejos tiempos". Aunque el doblaje al castellano la redujo a: "Tócala, Sam, déjame recordar".
En otra escena sucedida en el bar de Rick Blaine, poco después de la anterior, el personaje de Humphrey Bogart lamenta su reencuentro con el de Ingrid Bergman con otra frase para la posteridad. La memoria quizá nos sugiera esta: "De todos los bares del mundo, ella tuvo que entrar en el mío". Sin embargo, tampoco se escucha esa frase en Casablanca. La traducción al español fue: "De todos los cafés y locales del mundo, aparece en el mío". Pero lo que Rick dice en la versión original es: "Of all the Gin Joints in all the towns in all the world, she walks into mine". Es decir: "De todos los antros de todas las ciudades de todo el mundo, ella entra en el mío".
En la jerga de la época, relacionada con la ley seca estadounidense, el término gin joint hacía referencia a un garito de mala reputación en el que se servía alcohol barato, especialmente ginebra de mala calidad. Lo cual resulta, de nuevo, engañoso, puesto que nadie bebe ginebra en Casablanca. Rick bebe brandy a secas, mientras que Ilsa, a lo largo de las distintas escenas de la película, bebe champán, triple sec y vino. Una selección de espirituosos que defrauda a la literalidad, ya que, tratándose de un gin joint, la elección idónea para todos los combinados servidos en el tugurio de Rick habría sido la ginebra con tónica.
Aunque, si existe un cóctel engañoso, ese es el gin tonic. Fundamentalmente, porque no se trata de un cóctel, sino de un brebaje medicinal. Fue a mediados del siglo XVII cuando el médico Franciscus Sylvius, buscando una cura para los dolores de estómago y de riñón, elaboró una pócima depurativa mediante la destilación de cereales con bayas de enebro, basándose en las propiedades diuréticas de esta planta. El resultado fue una bebida bautizada a partir del nombre francés del enebro, genévrier, que no tardaría en pasar de las farmacias a las estanterías de tabernas, ya que, a pesar de su elevado contenido alcohólico, estaba gravada con un impuesto muy bajo por tratarse de un medicamento. El consumo de ginebra pronto se popularizaría por toda Europa; especialmente en Inglaterra, donde se convirtió en la bebida nacional, llegando a crear una epidemia de embriaguez conocida como gin craze.
En cuanto a la segunda parte del gin tonic, lo que hoy en día puede parecernos un refresco tampoco lo es, ya que se trata, de nuevo, de un medicamento. A mediados del siglo XIX, cuando la corona británica ya gobernaba en India, un empresario llamado Erasmus Bond creó una bebida ideal para el ejército del Reino Unido desplegado allí: añadió quinina al agua carbonatada inventada unas décadas antes por Jacob Schweppe, de tal forma que a los soldados les resultase más fácil ingerir la dosis necesaria de quinina para prevenir la malaria. Pocos años después, en el Raj británico ya se comercializaba y distribuía la indian quinine tonic, un preparado con propiedades medicinales, muy refrescante, que un soldado decidió combinar con la bebida nacional inglesa para comprobar si era buena idea mezclar ambas cosas. Y vaya si lo era. Inmediatamente, en todo el territorio del imperio británico se generalizó el consumo del gin & tonic.
Quizá sea ese el motivo por el que no se bebe ese cóctel en la película Casablanca. Por el bar de Rick, en Marruecos, pasaban, sobre todo, nazis y franceses del régimen de Vichy, pero pocos británicos. Aunque, para ser justos, pocas cosas son lo que parecen en esa historia... Especialmente el propio Rick, que se mostraba como un tabernero neutral, tolerante con el Tercer Reich, pero en realidad se trataba de un expatriado estadounidense, dedicado al negocio del tráfico de armas —proveía, por ejemplo, al bando republicano en la guerra civil española— cuyas convicciones morales lo situaban en una posición contraria a la Alemania nazi.
De ahí que, cuando el mayor Strasser, de la Wehrmacht, le pregunta en el bar cuál es su nacionalidad, él sale del apuro con una respuesta esquiva: "Soy borracho". Y quizá en eso sí debamos creer a Rick Blaine, puesto que, como todos los de su patria, lo natural es que diga la verdad.