Blog | Que parezca un accidente

Una historia de esperanza

A veces el azar intercede a tu favor. Lo hace con las pequeñas cosas, que a menudo son las que más importan. Es algo que ocurre de cuando en cuando, de un modo sutilmente eficaz. Me lo recordaba hace unos días mi amiga Iria, una de esas tardes de cañas en las que las reflexiones se apelotonan a lo largo de las horas. A ella le fascina esa extraña suerte que a uno parece asistirle cuando no hay forma de decidirse por algo entre los cientos de posibilidades que ofrece cualquier plataforma de televisión. "Entonces te pones a hacer zapping con desidia, a punto de renunciar, y de pronto en un canal olvidado asoma esa película antigua que jamás habrías elegido, que ni siquiera sabías que te apetecía, y que acabas viendo hasta el final, embelesado. Así es como acude en tu ayuda el azar". 

MARUXASu apreciación tenía que ver con la oportunidad. Y trajo a mi memoria una historia que se había cruzado en mi vida hace algún tiempo, cuando más la necesitaba, aunque yo todavía no era consciente de ello. Las historias se cuentan por algo. Para provocar una reacción en quienes la reciben o en quienes la cuentan. Y esta llegó a mí por casualidad, como lo hacen las pequeñas cosas, que a menudo son las que más importan. En ese momento yo no sabía lo mucho que me hacía falta una sacudida que me removiese por dentro, pero esta llegó de repente, en el momento exacto, como ese zapping oportuno que te conduce al lugar adecuado cuando estás a punto de renunciar. Una historia real, desoladora, pero al mismo tiempo llena de belleza y de esperanza. La de la vida de Helen Keller. 

Helen era un bebé como cualquier otro, sin ningún tipo de dolencia, pero a los diecinueve meses sufrió una enfermedad que los médicos de la época calificaron como una "congestión cerebro estomacal". Superó la enfermedad, pero sus secuelas fueron espantosas: se quedó ciega y sorda para siempre. Sumida en la más profunda oscuridad y el más absoluto silencio. El mundo había desaparecido a su alrededor y ella se había quedado aislada. Sin otra forma de comunicarse con el exterior que el sentido del tacto. Una situación que es aún peor si se trata de un bebé que no sabe hablar ni es capaz de razonar, ya que ni siquiera dispone de un lenguaje para pensar. ¿Cómo le explicas a una persona qué es el mundo, qué es ella misma o dónde se encuentra, si la comunicación es imposible? 

La suya y la de sus padres era una existencia llena de dolor, tristeza y frustración. Hasta que a los siete años llegó a su vida alguien que lograría encender una luz en el medio de lo oscuro: Anne Sullivan, una instructora que se puso al frente de la educación de Helen y que, a base de voluntad, constancia y una paciencia admirable, consiguió que aquella niña ciega y sorda empezase a relacionar conceptos con las palabras que ella le deletreaba con el dedo. Dejaba correr agua por su mano derecha y en la izquierda deletreaba la palabra "agua". Le hacía sujetar una taza con una mano y en la otra le dibujaba las letras de la palabra 'taza'. Hasta que, después de miles de repeticiones, Helen empezó a comprender. E incluso a deletrear por sí misma. 

Primero, en la mano de Anne. Después, con cartones que tenían letras escritas en relieve, lo que le permitía formar palabras. Al principio sólo eran sustantivos, pero con el tiempo empezó a entender algunos verbos (sentarse, levantarse, caminar, comer). Y la mente de Helen comenzó a formarse. De ahí pasaron al sistema Braille y, en cuanto fue capaz de leer los primeros textos cortos, su aprendizaje fue imparable. Con la ayuda de Sarah Fuller, directora de la Escuela Horace Mann para sordos, Helen comenzó a relacionar las letras con sonidos que ella emitía. Colocaba sus manos en la garganta de Sarah para sentir la vibración, metía los dedos en su boca para entender cómo debía colocar la lengua, palpaba sus labios… Hasta que un día comenzó a articular palabras. Y dedicándole todas las horas que uno se puede imaginar, consiguió aprender a hablar. 

Helen cursó estudios de educación primaria y secundaria en casa. Y a continuación fue a la universidad. Obtuvo su licenciatura y desarrolló una labor fundamental como activista política, escribiendo artículos, publicando libros y dando conferencias por todo Estados Unidos. Defendió los derechos de los trabajadores, promovió el sufragio femenino y la igualdad entre mujeres y hombres y se convirtió en una figura destacada de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, que ella misma fundó a los cuarenta años. Una chica que no pudo ver ni oír nada en toda su vida… 

Esta historia de esperanza llegó a mí hace algún tiempo, justo cuando necesitaba un empujón. Las historias se cuentan para provocar una reacción en quienes la reciben o en quienes la cuentan. Hoy he querido publicarla aquí por si el azar desea encargarse de que llegue a otros a quienes también pueda hacerles falta.

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