Blog | Que parezca un accidente

Hacer que se es, hacer que se sabe, hacer que se hace

QUÉ DIFÍCIL es hacer que se es quien no se es. Hacerse pasar por alguien más sabio, más competente, más tolerante. Uno puede sostener la ficción durante un rato, como esos ceros que se dibujan en el aire una tarde aburrida con el humo del cigarro, pero tarde o temprano la representación termina viniéndose abajo. Porque siempre es más sencillo ser, sin accesorios, que hacer que se es.

Hacer que se es requiere de un esfuerzo considerable. La concentración debe ser máxima y permanente, porque lo último que se debe hacer es actuar con naturalidad. Cuando uno interpreta un papel y finge ser quien no es, el riesgo de cometer un error que lo deje en evidencia es altísimo. Hay que calcular las reacciones, pensar todo lo que se dice, evitar el acto reflejo. Solo puedes ser como la persona que en ese momento haces que eres. Sin margen de error, ya que de lo contrario podrías ser otra, y todo equilibrismo tiene un límite. Es algo que suele ocurrir, por ejemplo, cuando el aspirante a donjuán de turno se inventa un personaje para ligar. Siempre hay flecos con forma de respuesta, de indumentaria, de vocabulario y, en el peor de los casos, de actitud, que acaban por delatarlo.

Ocurre tambien cuando uno tiene que hacer que es presidente del Congreso de los Diputados. Hay cosas que, o se son, o no se son. Y cuando no se son, la situación puede parecerse mucho a ese momento en el que tus amigos y tú jugáis por primera vez a un juego de mesa y nadie, ni siquiera el árbitro, conoce bien las reglas. Sobre el tablero suele instalarse entonces una sensación de desorden que los jugadores más hábiles saben aprovechar a su favor, mientras el que tiene que decidir cómo se juega va ajustando las normas a medida que avanza la partida y mediante el sistema de ensayo y error. El ejemplo de Patxi López activando y desactivando micrófonos, intercalando el tú con el usted y viendo cómo los juicios de valor se le colaban una y otra vez por esa grieta que es el turno de alusiones ha sido paradigmático. Solo le faltó pedir "un poquito de por favor". Qué difícil es hacer que se es.

Un apartado especial del hacer que se es lo constituye el hacer que se sabe. Y, de nuevo, hacer que se sabe es mucho más complejo que, simplemente, saber. Ha sido bonito observar cómo durante este par de meses previos a la sesión de investidura los cuatro grandes partidos nacionales han hecho que sabían lo que hacían. Parecía que Podemos sabría tener la situación controlada. Parecía que el PSOE sabía cuál era la mejor jugada. Parecía que el Partido Popular sabría adelantarse. Parecía que Ciudadanos sabía qué era lo que el partido no quería. Y qué va, oiga. Ni mucho menos. Dos meses haciendo que sabes pueden hacérsele a uno tan largos como una legislatura. En mi primer año en la universidad conocí a un tipo que se pasó medio curso haciendo que sabía más de Derecho que cualquier otro alumno. Criticaba la pobreza técnica de algunos manuales. No intervenía en las conversaciones sobre las instituciones jurídicas que estudiábamos alegando lo mucho que le aburrían ya. Cuando alguien le consultaba alguna duda, contestaba que no tenía tiempo para detenerse en asuntos tan elementales. Casi nos había convencido a todos cuando llegaron los primeros parciales y el tipo no aprobó ni uno. Incluso creo recordar algún que otro cero en sus notas. Dejó la facultad al mes siguiente y no he vuelto a saber de él. Es comprensible. Cuatro meses invertidos en hacer que se sabe lo que no se sabe tienen que resultar agotadores. El pobre se merecía un descanso. En el caso de la política y sus presidenciables, sin embargo, tendremos la suerte, dentro de no mucho, de ver cómo la función vuelve a empezar.

Pero hacer que se es -y hacer que se sabe- no es nada comparado con hacer que se hace. El viernes, mientras comía con unos amigos en Santiago de Compostela, en la tele comenzó un reportaje sobre el rey Felipe VI y su labor durante este amago de investidura. Uno de ellos objetó entonces que su labor no había sido ninguna porque en realidad el rey no hace nada, a lo que otro, justo cuando don Felipe simulaba redactar algo importantísimo en su ordenador, contestó: "Mucho más difícil que hacer es hacer que se hace".

Cuánta razón. Hacer que se hace es quizá la tarea más cansada que hay. Mucho más que hacer que se es o hacer que se sabe. En esos casos, a veces es suficiente con la omisión. A veces basta con estar callado. Pero para hacer que se hace es necesaria una conducta activa. Hay que hacer algo, lo que sea, aunque no sea lo que se hace. En ocasiones tengo la impresión de que para hacer que se hace hay que hacer todavía más que si efectivamente se hiciera. Ya me dirán si no tiene mérito eso, vamos. Cada vez que veo a un grupo de cuatro o cinco operarios municipales echando una mañana entera para cambiar entre todos la baldosa rota de una acera, se me cae el alma a los pies. "Pobrecitos -pienso al borde del llanto-, lo que les debe de estar costando hacer que hacen algo".

Con Pedro Sánchez he tenido estos días esa misma sensación. Aún sabiendo que nada podría hacer, aceptó el encargo del rey y se ofreció para ser investido presidente del gobierno. Se ha pasado dos semanas, y especialmente los tres días que han durado los debates de investidura, haciendo nada porque nada había que hacer, pero sin dejar de hacer que hacía. Con lo que cuesta eso. Con lo que desgasta eso. No quiero ni imaginar lo difícil que le habrá resultado tirarse tanto tiempo haciendo que hacía algo cuando en realidad no hacía nada. Solo por el esfuerzo realizado se merecía haber sido investido presidente, caramba. Qué poco se valoran estas cosas en España para lo habituales que son.

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