Blog | Que parezca un accidente

Gente en camiseta

"HE VISTO gente en camiseta", decía Urbano Cairo escandalizado, como quien le dice a su señora "he visto a tu hijo entrando de un club de alterne" o "he visto al del tercero magreándose con el del quinto en el portal". Según cuenta El Confidencial, el italiano salía del edificio de Unidad Editorial, en la Avenida de San Luis, en Madrid, donde se ubican los diarios El Mundo y Marca, que pertenecen al grupo editorial que él mismo preside. "Pero qué clase de salvajes son estos", le faltó decir al empresario, quien recordaba orgulloso que en su Corriere della Sera todos los periodistas visten de traje, tal y como debería ocurrir en las redacciones de esas Sodoma y Gomorra que RCS Mediagroup mantiene abiertas en España contra toda decencia.

Es natural. Los italianos saben que vestir de traje es algo que debe hacerse siempre que la ocasión lo exija. Es decir, a diario. Uno no puede escoger a su antojo los formalismos que le plazcan y rechazar los que no. Se empieza por abandonar en el perchero el sombrero de fieltro con la tarjetita que dice press, se continúa por dejar de estar pegado a la calle, a los problemas, a la noticia, por perder de vista la gabardina y a George Gissing y a los gacetilleros de New Grub Street, y se termina teniendo escrúpulos, reclamando el cumplimiento del convenio y acudiendo a la redacción en pantalones cortos y camiseta en pleno verano. Con lo que ha sido esta profesión.

Pero Urbano Cairo tiene razón. Es uno de esos hombres que comprenden que la observancia rigurosa de las formas es un asunto clave. Quizá, el más importante de todos los asuntos. Y no porque asocien la ausencia de formalidad externa con cierto desorden y degradación interna, no porque crean que la forma es un fiel reflejo del fondo, sino porque, en realidad, el fondo les da igual. Saben que será la apariencia lo único que la mayoría juzgue. Lo describe con precisión Eric Ambler en La máscara de Dimitrios cuando señala que el prestigio, por desgracia, corresponde al hombre que tiene los mejores modales de salón: "Es la condecoración que la ignorancia otorga a la mediocridad".

En defensa de los impúdicos periodistas de Marca y El Mundo cabe argumentar que no es sencillo acertar siempre con la forma adecuada. Los tiempos cambian y lo que hace años era considerado un acto de cortesía, como retirarle la silla a una mujer para que se sentase o abrirle la puerta del coche, hoy se tiene por un gesto machista y retrógrado. Cuando el mundo tenía un cierto sentido objetivable, tutear a una persona mayor se consideraba inapropiado. Ahora el respeto se muestra, al parecer, tratando al otro como un igual independientemente de su edad. A las chicas jóvenes ya no se les debe llamar señorita sino señora. Las gambas y langostinos se pueden comer con las manos. Los espárragos -hace años sería un pecado- se deben comer con cubiertos. Hoy en día la etiqueta consiste, si me apuran, en prescindir de la etiqueta.

Tal vez el futuro de las formas, como ocurre con la moda, lleve en breve a estas a ser lo contrario de lo que ahora son. Si los periodistas -salvo en el Corriere della Sera, Dios me libre- pueden vestir impunemente en camiseta, quizá pronto veamos de igual guisa a los empleados de la banca, a los abogados o a James Bond. Yo mismo he sido invitado a la inauguración de un restaurante la próxima semana y empiezo a considerar mi asistencia una informalidad. Bien pensado, una persona educada no se presenta el día que ha sido invitada, cuando los canapés se sirven gratis y se pone uno morado a champán. Una persona educada acude al restaurante al día siguiente, cuando para comer y beber haya que sacar la cartera. Y si sus modales son exquisitos, ni siquiera irá por allí. A no ser que no haya sido invitada a la inauguración, que es cuando, ahora sí, corresponderá asistir.

Quizá haya sido este enredo protocolario el que haya llevado a redactores, fotógrafos, reporteros y demás personal del periódico -hasta los dirigentes de El Mundo acudieron a la reunión en mangas de camisa, se lamentaba Cairo- a cometer la imprudencia de presentarse en sus puestos de trabajo como si fuesen vulgares profesores, publicistas, empresarios o arquitectos. Y por eso el italiano ha hecho muy bien en recordarnos cuál debe ser el uniforme de cualquier periodista. Porque, se produzca o no una asociación entre el aspecto externo y la eficiencia o la aptitud, al ser las apariencias lo único que importa a la dichosa mayoría ignorante a la que se refería Ambler, lo más urgente es la observancia rigurosa de las formas. Traje y corbata mediante.

A la formación, la experiencia y el talento también hay que prestarles cierta atención, qué duda cabe. Que haya buenos periodistas en el periódico es, cuando menos, conveniente. Deseable. Aunque no es menos cierto que la profesionalidad, caramba, se sobreentiende. El oficio, más o menos, se da por hecho. Ya habrá tiempo para hablar de periodismo. Lo principal es que en las redacciones no haya gente en camiseta. No vayan a creer los lectores que los periódicos se sacan adelante por personas vestidas de cualquier manera.

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