Blog | Que parezca un accidente

El silencio de los envidiosos

EN UN ARREBATO poético, Khalil Gibran sentenció que el silencio del envidioso está lleno de ruidos. Una reflexión que tal vez no sea merecedora de una placa conmemorativa, pero que constituye una de esas frases que conviene sopesar un ratito con cada mano.

Cuando el mundo está en calma, cuando impera la más absoluta tranquilidad y todo es silencio, el envidioso, como si algunas piezas oxidadas en su interior inquietasen el engranaje, en ningún momento deja de escuchar un murmullo molesto y continuo, similar al de una nevera vieja o una suegra de mal humor sentada en la parte de atrás de tu coche. Es el ruido de la envidia y su antigua maquinaria, comparándose con los demás y queriendo tener lo mismo que ellos. Queriendo vivir como ellos. Queriendo, en definitiva, ser como ellos. El envidioso nunca está del todo en paz porque jamás se fija en el camino que él recorre; se pasa la vida observando el que recorren los demás. Lo que casi siempre se traduce en tropezones inoportunos y algún golpe en el dedo meñique del pie contra una piedra. Con lo que duele eso, virgen santa.

La envidia es la tristeza o el enfado que se producen al contemplar los éxitos de los que otros disfrutan. Es la cara opuesta al schadenfreude alemán, término que se refiere a la alegría provocada por la infelicidad de un tercero y que cada día es más habitual: ocurre cuando te enteras de que han imputado a ese político que representa todo lo que detestas; cuando el eterno rival en el fútbol es eliminado de un torneo; cuando ese vecino al que no soportas se cae por la escalera... Es una reacción cotidiana, pero en realidad a mí me repugna. Regodearse en la desgracia ajena, sea justa o injusta, me parece síntoma de vileza y desorden mental. Me resulta difícil comprender que algo así entre dentro de lo socialmente aceptado y, sin embargo, sea la envidia la que no esté bien vista. Cuando en mi opinión se trata de un sentimiento de lo más sano y natural.

La envidia es la tristeza o el enfado que se producen al contemplar los éxitos de los que otros disfrutan

Desde un punto de vista histórico, la envidia siempre se ha tenido por un defecto. Miguel de Unamuno la consideraba "mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual". Era "un pecado detestable" para Augusto Monterroso. Para Xavier Velasco, "el vicio pequeño de la gente pequeña". Ha sido despreciada en toda época por los guardianes de la moral, la corrección y las virtudes cardinales. Ahora bien, por lo que a mí respecta, ocurre exactamente al revés: soy yo el que desprecia a todo aquel que desprecie a los envidiosos.

Porque yo soy un gran envidioso. Tal vez el mayor de todos. Entiéndanme bien: no deseo ser quien no soy ni tener lo que no tengo. Más bien todo lo contrario. Pero sí envidio las virtudes ajenas. Envidio el talento, la capacidad de sacrificio, la disciplina. Todo aquello que hace mejores a los demás. Y me alegro de envidiarlo porque, de algún modo, se convierten en objetivos; en metas que me obligan a exigirme más. Ovidio se equivocaba cuando la consideró "el más mezquino de los vicios, que se arrastra por el suelo como una serpiente". La envidia, en realidad, constituye el combustible de toda suerte de motivación personal.

Mujica Láinez lo expresó con acierto en El viaje de los siete demonios: "La envidia resulta, si bien se mira, una virtud (...). Merced a la envidia se han realizado obras muy importantes. Es deuda cercana de la emulación, de la competencia y, consecuentemente, del progreso. La ciencia y el arte cuentan con su eficaz apoyo". En el fondo, la envidia, no es otra cosa que el primitivo instinto de supervivencia imponiéndose a la derrota. Ante un enfrentamiento desigual solo caben dos opciones: salir corriendo o pelear a pesar de la inferioridad. La primera posibilidad encarna el fracaso. Rendirse, huir, renunciar a salir airoso del combate que medirá tus fuerzas con las de tus rivales es aceptar que para ti ya no hay margen de mejora. Sin embargo la segunda posibilidad, pelear a pesar de la superioridad del rival, no es un fracaso. Es, sencillamente, una estupidez. Pero siempre podrás esforzarte para desarrollar las mismas fortalezas que tu enemigo y un buen día salir vencedor. Algo que resultaría imposible si carecieses de ese motor para la autoexigencia en que consiste la envidia.

Siendo evidente, por tanto, que la envidia es una virtud, ¿no resulta de lo más razonable pensar que debería ser la propia envidia una de las cualidades más envidiadas? ¿Qué podría ser más sensato que envidiar aquello que, estableciendo la referencia de lo deseable, nos ayuda a los seres humanos a mejorar?

Kurt Vonnegut escribía en Cuna de gato: "Siempre supe que si esperaba lo suficiente, vendría alguien y me envidiaría. Siempre me digo que debo tener paciencia, que tarde o temprano se pasará por aquí algún envidioso" . La envidia es el deseo de desarrollar uno mismo las virtudes que encuentra en los demás. Y tal vez sea la envidia una de las virtudes más envidiables. Como ya he dicho, yo soy un gran envidioso. Quizá el hombre más envidioso que conozco. Así que ignoro a qué están esperando ustedes para, como a Vonnegut, empezar a envidiarme. Si no lo hacen, nunca podrán llegar a ser tan envidiosos como yo. Y entonces se morirán de envidia, claro.

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