Blog | Que parezca un accidente

El insomnio

SON LAS CUATRO y media de la mañana y no puedo dormir. He perdido la cuenta de las vueltas que he dado en la cama durante las últimas tres horas. Me he girado tantas veces que tal vez no me haya girado ninguna. Me he levantado a fumar. He vuelto a la cama. He encendido la televisión. He apagado la televisión. He repasado las páginas de ‘Mortal y rosa’ sobre la lámpara y la fiebre y he pensado en lo terrible que sería escribir como Umbral. Exactamente igual que Umbral. En lo terrible que sería no tener jamás la necesidad de leer a Umbral.

He apuntado algunas reflexiones en la libreta que guardo en el cajón de la mesilla. La inspiración no opera de igual forma durante el día que durante la noche. De noche las ideas revolotean incontrolables entre el silencio y la oscuridad, como una bandada de murciélagos alrededor de un estanque. Hay en ello algo de salvaje y también algo de irreal. Si no las anotas, desaparecen. Se convierten en otras. Los minutos las transforman en ideas distintas, contagiadas por todas las demás. A veces ni siquiera tienen una forma reconocible y, si tratas de concentrarte en una de ellas, sencillamente se va. Como tratar de recordar un sueño. Lo decía Chuck Palahniuk en ‘El club de la lucha’: "Todo es muy lejano: la copia de una copia de una copia. El insomnio te distancia de todo; no puedes tocar nada y nada puede tocarte". Puede que las reglas del pensamiento, de noche, no sean nunca las mismas. 

El insomnio, como la deserción o la infidelidad, es una clase de traición insospechada. Crees que no te sucederá jamás. Confías en la lealtad del sueño. Lo das por sentado. Cada noche te metes en cama despreocupado. El insomnio es una posibilidad que ni siquiera te planteas y, cuando te das cuenta de que te ha tocado, ya no hay nada que hacer. Sucede siempre por la espalda, sin avisar, justo cuando menos te lo esperas. Comienzas albergando tímidas sospechas. Piensas que algo le pasa a tu cama. Parece más incómoda. Y más pequeña. Tal vez sea el volumen de la radio, que te impide desconectar. La manta pesa más de lo normal. No se puede cenar tanto. Te dices a ti mismo que no hay problema, que en un rato estarás durmiendo a pierna suelta, pero sabes perfectamente que no es verdad. 

El insomnio es una vigilia defectuosa. Un sueño que arrancaba pero en algún punto se encasquilló. Nada parece real. Es como existir en el medio de la niebla. En ningún momento estás dormido, pero tampoco llegas a estar del todo despierto. Todo se mantiene en un desesperante estado intermedio en el que, además, sólo estás tú. El resto del mundo duerme. Tu mujer duerme al otro lado de la cama, a cientos de kilómetros de ti. El edificio entero, la ciudad entera, el mundo entero duerme mientras tú estás atrapado en ese limbo injusto y quimérico. Tienes la sensación de que te estás soñando a ti mismo. De que eres un producto de tu imaginación. Te gustaría despertarte para poder dormir, pero no puedes porque ya estás despierto. Pocas cosas hay tan solitarias como una larga noche de insomnio.

Hoy no voy a poder dormir. Anoche tampoco pude

Y todas ellas, además, son eternas. Parece que jamás van a terminar. Es un tiempo, el del desvelo, que podrías invertir en docenas de tareas, pero la única que tienes en mente es dormir. Se convierte en una obsesión. El insomnio es una de las peores cárceles para la percepción. Todavía son las cinco y media. No pueden ser aún las cinco y media. Hace más de dos horas que son las cinco y media. Lleva media noche siendo las cinco y media y aún no he conseguido dormir. Necesito dormir. Hoy no voy a poder dormir. 

Anoche tampoco pude. Al principio me alegré de que esta noche no fuese la de ayer. Poco a poco empecé a temer que se le pareciese. Ahora creo que ambas son la misma. Supongo que cualquier noche sin dormir pertenece a la misma alucinación. 

Son las seis de la mañana y sigo sin lograr conciliar el sueño. Coincido con Scott Fitzgerald en que no hay nada peor en el mundo que intentar dormir y no poder hacerlo. Hay un poema de Borges llamado ‘Insmonio’ que describe perfectamente sus hechuras: "El universo de esta noche tiene la vastedad / del olvido y la precisión de la fiebre. / En vano quiero distraerme del cuerpo / y del espejo de un desvelo incesante / que lo prodiga y que lo acecha / y de la casa que repite sus patios / y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal / de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe. / En vano espero / las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño. / Sigue la historia universal: / los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales, / la circulación de mi sangre y de los planetas (...) / Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros, charcos de plata fétida: / soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles". 

El mismo Borges desliza en ‘El Aleph’ la idea de que el insomnio sirve para trabajar el olvido. Como si en el fondo, a pesar de la tortura, le consolase la idea de cierta compensación. De cierto equilibrio. Es una reflexión sospechosamente optimista. Apuesto a que aquel día el argentino había dormido como un tronco. Cualquiera que haya pasado una noche en vela sabe que el insomnio no tiene nada de positivo. Salvo si te apetece escribir sobre él. 

Las siete en punto.

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