Blog | Que parezca un accidente

El individuo cabal

Admiro mucho al individuo cabal. Envidio todas sus virtudes, entre las que sobresalen la rectitud, la disciplina, la responsabilidad, la renuncia, la mesura y la sensatez. En estos tiempos de descarrío, la conducta del individuo cabal permanece siempre intachable. Y nos ofrece a todos un modelo a imitar.

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Él nunca se tuerce. No flaquea. Me fascina su convicción y su fuerza de voluntad. Lo observo en silencio, desde el respeto y la reverencia, cuando los demás llevamos ya un rato de cañas y él llega tarde porque "tenía que hacer unos trámites", o bien "debía acabar una cosa" o, sencillamente, ha ido "a entrenar". El individuo cabal entrena siempre. Se cuida. No hay excusas. Está preparado para lo que pueda pasar. No le importa que el grupo entero haya quedado a otra hora. Ya lo esperarán. Lo primero es lo primero. Él sabe diferenciar.

Como mucho, se pide una clara. Lo habitual es un agua con gas, un té o, si ha entrenado mucho, una bebida isotónica. En ocasiones, alguno de los amigos le sugiere que se una al resto y se pida una cerveza o un vino, pero él tuerce el gesto y, con cierto tono sardónico, a medio camino entre la perplejidad y la altanería, aclara que "no es fin de semana". Siempre he pensado que esa clase de información sobre el calendario puede resultar muy útil a los más despistados.

Los demás no somos tan fuertes. Nos dejamos llevar. Sucumbimos. Elegimos el camino fácil porque es lo más cómodo. La mirada de desaprobación del individuo cabal es muy elocuente: no ganamos nada bebiendo entre semana, despilfarrando la salud y el dinero, prolongando el ocio un miércoles cualquiera, perdiendo el tiempo con unas cañas en lugar de aprovecharlo convenientemente. De pronto, alguien en la mesa propone una ronda de gintonics y todos nos apuntamos como borregos, celebrando la decisión entre brindis y risotadas. El individuo cabal nos observa y nos censura para sus adentros. Yo bebo y disfruto y me divierto con los demás, pero interiormente aplaudo su determinación. En lugar de ceder y pasárselo bien con el resto, elige mantenerse firme. Su sentido de la corrección resulta admirable.

Porque el individuo cabal sabe lo que está bien y lo que está mal. Una de sus habilidades más destacadas es la de identificar en todo momento lo inapropiado. De forma automática, sin necesidad de reflexionar. Es un don. Y se lo aplica a sí mismo, igual que nos lo aplica a quienes lo rodeamos. Si varios de nosotros nos hemos dejado medio salario ese mediodía en unos chuletones de cachena más unos vinos espléndidos, calladamente nos lo reprocha. Es un gasto ineficiente, poco responsable. No es apropiado. Ese dinero nos lo podríamos haber ahorrado comiendo en casa un sándwich y una ensalada. Porque el individuo cabal repudia los caprichos, pero además posee otra cualidad: siempre come sano.

Es lo más sensato. Nada de dulces, salsas o grasas. Cuanto más falto de sabor, mejor para el organismo. Conviene hacer el esfuerzo de recurrir a lo más insípido porque lo primero es uno mismo. Yo admiro cómo deja pasar los pinchos por delante de sus narices, sin mirarlos siquiera, para evitar la tentación. Es un ejemplo de madurez y constancia. A nosotros, que mientras tanto nos atiborramos entre caña y caña, nos comenta que estamos engordando. Y nos recomienda seguir algún plan. Un plan nutricional, un plan de ahorro, un plan organizativo… Para que no perdamos más el tiempo holgazaneando, nos pongamos en forma y dejemos de despilfarrar o de beber entre semana. Para tener, en definitiva, una vida ejemplar. Como la suya.

El individuo cabal sabe lo que nos conviene a los demás. Por eso rechaza la propuesta de ir a cenar todos juntos por ahí. Se apresura a desestimar el plan porque es poco adecuado. Lo prudente es marcharse temprano. "La noche está para descansar". "Hay que rendir bien al día siguiente". Y no duda nunca. Está repleto de certezas. Su opción es siempre la mejor. La única válida. Y ese es, en el fondo, el motivo por el que yo lo admiro tanto. Porque me hace reflexionar sobre el extravío que nos caracteriza a los demás.

Reconozco que le doy muchas vueltas a eso. Especialmente, cada vez que ando por ahí de copas con los amigos, malgastando el tiempo, perdiendo horas de sueño, después de zamparnos unas hamburguesas y tomar unos chupitos. Observo a la pandilla, que ríe y se divierte en la terraza de algún pub, ajena a su condición inmadura e indisciplinada. Es en ese momento me asaltan las dudas: ¿Acaso no se dan cuenta, como yo, de que el individuo cabal tiene razón? ¿No admiran su sensatez y su responsabilidad? ¿No envidian su lógica? ¿No comprenden que la vida tiene que ver con la eficiencia y la seriedad y no con pasárselo bien? A veces siento ganas de levantarme e irme a mi casa. Dar un golpe en la mesa. Predicar con el ejemplo. Por fortuna, normalmente pedimos otra ronda y se me pasa.

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