Blog | Que parezca un accidente

El hecho biológico

LA LIGA de fútbol de Catar, actual referencia mundial del balompié mediopensionista, sobrevivió durante sus primeros cuarenta años de vida manteniéndose fiel a sus ideales autárquicos, chutando balones de espaldas a Occidente. A pesar de que la competición echó a andar en el año 1963, no fue hasta 2003 cuando la Asociación de Fútbol de Catar permitió que los clubes, muy ahorrativos ellos, pudiesen gastarse millonadas —esto es loteral— en fichar jugadores extranjeros. Y por extranjeros entiéndase viejas glorias europeas y sudamericanas, claro.

Es así como el campeonato catarí comenzó a recibir con los brazos abiertos a los Guardiola, Batistuta, Effenberg, Romário, Hierro y, más recientemente, Raúl González y Xavi Hernández de turno. Una apertura al planeta fútbol y su correspondiente showbiz que trajo consigo la normalización del campeonato, cristalizando ésta en detalles como la celebración de partidos amistosos en Doha de los principales clubes europeos —el Qatar Winter Tour es un buen ejemplo de ello— o la nueva imagen de la liga, rebautizada como Qatar Stars League, que es lo mismo de antes pero con purpurina.

El concierto de los Rolling Stones en Cuba se empeña en parecerse al inicio de un proceso similar. Desde que triunfó la revolución, hace ya cincuenta y siete años, Cuba se ha mantenido en un perfecto estado de embalsamamiento. Como si los tiempos, los buenos y los malos, no hayan pasado jamás por la isla. El primer movimiento revolucionario triunfal del continente sudamericano optó por reducir velocidades desde el inicio hasta llegar a un punto muerto del que nunca ha querido salir. Y ahí permanece todavía, varado en el mar Caribe, viviendo un eterno 1 de enero de 1959 en el que todos los días se acaba de derrocar a Batista. Y mientras tanto su sistema acumula un polvo espeso y antiguo, como el de esas casas museo de algunos escritores en las que todo permanece en el mismo estado en el que el autor lo dejó, y uno tiene la extraña sensación de que, si toca cualquier cosa, el edificio entero podría quebrarse de repente y venirse abajo. Cuba es la casa museo de Fidel, pero en vida del artista.

Hasta 2016... o no. El concierto de los Rolling Stones en La Habana no deja de ser una buena metáfora del estancamiento del castrismo. Erigidos desde los primeros años sesenta en la gran banda blanca de música negra, su revolución musical fue perdiendo inercia desde el comienzo hasta encallar en las estructuras clásicas del rock & roll, el blues y el R&B. Desde entonces se han dedicado a perpetuar el modelo autorreplicándose, convencidos de que aquello que funciona una vez es mejor no meneallo. Y me parece muy bien. No seré yo quien les reste mérito alguno. Pero resulta sintomático que hayan sido ellos los elegidos para encarnar la nueva etapa hacia la que parece querer encaminarse La Habana. Qué mejor forma de representar los vientos de cambio en Cuba que con la inestimable aportación de otros que tampoco han cambiado nada. Todo un ejercicio de coherencia.

Los Castro parecen querer recuperar el tiempo perdido

Los Castro parecen querer recuperar el tiempo perdido, y han considerado que el modo más oportuno de hacerlo, de abrir las puertas de la isla al siglo XXI y dejar pasar a Europa y Estados Unidos, es dándole a su gente a los Rolling Stones. Y gratis, faltaría más. Todo un símbolo —al fin y al cabo, el Partido Comunista de Cuba consideraba el rock como la música de los enemigos de la revolución—, pero, por abundar en el paralelismo que abre esta columna, es como si en el año 2003 los equipos de la liga de fútbol de Catar se abriesen al mercado occidental fichando a Maradona. O a Pelé. O a Di Stéfano. Como si el padre que hace décadas abandonó a su hijo siendo éste un niño pretendiese reconquistarlo ahora con un viejo y oxidado scalextric. En el fondo daría igual cuál fuese el grupo, pero que a La Habana, capital agrietada y reumática de un régimen agrietado y reumático, haya llegado una banda agrietada y reumática para dar un concierto que pretende abanderar la nueva andadura del gobierno cubano, parece una auténtica declaración de intenciones. Todo un símbolo, como digo, y sospecho que poco más.

No obstante, y aunque todavía no se ha hablado de pan, al menos no todo es circo. La cosa no solo va de monarquías —aunque sean satánicas— sino también de democracias. Y la primera que estaba a la cola es la que habita a tan solo ciento cincuenta kilómetros de allí. Hacía ochenta y ocho años que un presidente estadounidense no realizaba una visita oficial a la isla y Barack Obama se ha empeñado en interrumpir el plazo de prescripción. Claro que la visita puede interpretarse desde diferentes puntos de vista. El primero es la materialización del cambio; el fin del estrangulamiento de los derechos y libertades, como la libertad de expresión o libertad de circulación, que la comunidad internacional viene demandando desde hace décadas. Una visita con un claro objetivo y un claro significado. El otro punto de vista es el que interpreta la visita como una aprobación. Como el visto bueno de quienes durante casi seis décadas han ejercido un bloqueo económico a la isla, condenado hasta en veintitrés ocasiones en el seno de Naciones Unidas, y ahora, en pleno deshielo, dan su beneplácito al maquillaje diplomático, acercándose a pasar un algodón para enseñarlo a cámara y demostrar que no engaña. Como si la herrumbre saliese tan fácilmente.

Será el tiempo el que nos diga si el gesto ha tenido algún valor, si ha significado algo, o si por el contrario no ha sido otro gol de la maquinaria propagandística de un régimen que se resiste a devolver el poder al pueblo. Las cosas valen para algo cuando valen para algo. Y cuando no, no. Por muchos que sean los conciertos de los Rolling Stones que se celebren en Cuba y por mucho que se lancen las campanas al vuelo. Y me temo que las cosas seguirán como están hasta que se produzca eso que con que Franco se dio en llamar hecho biológico. El de los Castro, claro. Y el de los Rolling Stones también.

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